Objetores
No me gustaría estar en la piel de quienes solicitan la eutanasia, ni de los médicos que tienen que tomar semejantes decisiones
Recuerdo cuando comenzaron a darse objeciones de conciencia en relación con la obligación del cumplir con la patria, ofreciendo un año o año y medio ... de tu vida al Estado, por un sueldo mensual que no daba ni para pagar el autobús, si se vivía lejos del cuartel. Me refiero al servicio militar obligatorio que, curiosamente, abolió un gobierno conservador de la mano de José María Aznar. Seguramente, se vio empujado por años de presión para acabar con aquella pérdida de tiempo para muchos. No imagino yo a las nuevas generaciones pasando por ese trance, que sin duda lo sería para ellos, ahora que se escuchan voces a favor de recuperarla. Los primeros objetores marcaron el auténtico comienzo del modernismo político en España, hasta fijar el derecho a la objeción en la Carta Magna de 1978.
Ahora sabemos que muchos médicos están cerrando el paso a la ejecución de la eutanasia en nuestra tierra, con particular incidencia en Salamanca. Objetores de conciencia. Estos asuntos que tienen que ver con la ética son complejos de analizar. Es muy sencillo hablar, opinar, criticar y fijar una posición al respecto, cuando no se tiene que tomar la decisión. Cuando no se es quien tiene que aplicar un medicamento, si es que se llaman así, que acabe con la vida de otra persona, por más que sea su derecho, según las actuales disposiciones legales, y también su deseo, que seguramente es la base de toda esta cuestión de enorme dificultad legal, jurídica y práctica.
Los médicos tienen que abrazar sin reservas el código ético que la Asociación Médica Mundial creó en 1948 y que en 2022 fue actualizado. En dicho texto, se apela a la conciencia y a la vida, básicamente, más allá de a la confidencialidad de unos datos que la ley que los protege marca como de máximo nivel de seguridad. Por eso, cuando se dan casos como el que ocurrió en el Hospital Clínic de Barcelona, en 2023, se generan situaciones de estrés supremo para quienes tienen que custodiarlos. Volviendo a la cuestión, resultaría sencillo emitir un juicio en favor o en contra de los médicos objetores que están retrasando las decenas de peticiones de eutanasia en Salamanca. Igualmente, habría que estar en la piel y la mente de personas -y familiares- cuyo sufrimiento en todos los sentidos les aboca a pedir al Estado que les ayude no a frenarlo, que para eso están los servicios paliativos, sino a concluir con sus vidas. Se podría hacer un paralelismo entre quienes se oponían a la mili, porque no querían empuñar un arma, y los que estudian toda su vida, para hacer que la de los demás sea lo más digna posible. Ambas son cuestiones de ética personal, ambas tienen que ver con derechos que deberían ser inalienables. No me gustaría estar en la piel de quienes solicitan la eutanasia, ni de los médicos que tienen que tomar semejantes decisiones.
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