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Enfrentarse a jóvenes universitarios en un aula, muchos de ellos venidos de diferentes lugares y latitudes, que buscan en Salamanca una formación de calidad para afrontar los retos de sus futuras profesiones, no está exento de riesgos. Dominan aspectos de la vida moderna, como el uso de internet. Eso les permite manejar una enorme cantidad de información. Se podría decir que tienen todo el saber a su alcance. Así que tratar de conectarlos con asuntos como la teoría y la práctica de la comunicación, tanto personal como en las organizaciones, no resulta tarea fácil, a priori, aunque al final anima ver cuán receptivos son a la idea de que la comunicación no es otra cosa que esencia. Esencia humana, claro está. Tampoco en unas pocas horas se puede aspirar a más que a despertar sus conciencias sobre el valor de la comunicación en el ámbito de las relaciones, base fundamental de las principales actividades humanas.
Entre ellos y ellas, estaban, con seguridad, directores de empresas o de departamentos estratégicos en un tiempo no muy lejano. Cuando llegue ese momento, será bueno que analicen el tipo de relaciones que se están generando en las organizaciones empresariales, junto con el trato que se dispensa a los empleados, viendo la cantidad de bajas por motivos psicológicos que se están produciendo, según las últimas estadísticas. Es posible también que alguno llegue a ocupar puestos de responsabilidad con proyección pública. Espero que apliquen entonces lo aprehendido entre nosotros, en el ámbito de la universidad, para no dejarse llevar por las tendencias que percibo.
Sé que no resulta fácil convencer a personas con altos cargos, o a quienes pretenden llegar a ocuparlos, en cuanto a su manera de comunicar y a los contenidos más apropiados. He pasado por esa ardua tarea a lo largo de mi carrera. Entiendo, desde luego, que se les recomiende hacer comparecencias largas que terminen por aburrir al opositor más predispuesto, que enreden con fechas, datos, horas, organismos, cargos y responsables, tratando de conseguir que el resultado se convierta en una especie de puré en el que sea poco menos que imposible separar los ingredientes. Quiero pensar que, del mismo modo, se les explicará que esas tretas valdrán simplemente como cortinas de humo, con el fin de ganar algo de tiempo. Supongo también que sabrán hacerles entender, no sin dificultades, que esas mismas tecnologías que les permiten emitir mensajes continuos, con formatos y por canales diversos, recogen y almacenan toda esa información, poniendo en evidencia, pongamos por caso, al señor Mazón, cuando unos años antes dijo lo contrario, estando en la oposición. Ponerse máscaras al comunicar es una opción errónea. Aleja de esa esencia. Si, además, la argumentación flojea o es nula, no hay quien aguante el envite, ni siquiera siendo lo que Aristóteles llamaba zoon politikón.
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