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Llegar a la Luna fue un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad. Ni tres añitos tenía, pero conservo tenues recuerdos de lo que significó ese acontecimiento para todos. Sin embargo –ignorante de mí–, nunca percibí que me afectara personalmente esa proeza, que sin duda lo fue.
Creo que nada ha cambiado mi vida como internet, donde trabajo, me informo, me comunico y me entretengo. También allí busco una explicación a las desdichas de este mundo, tratando de esquivar a tanto mentiroso que anda suelto. Embusteros y estúpidos, que también abundan, extendiéndose una epidemia cuyo principal síntoma consiste en hacer cuanto sea para lograr un puñado de likes. Hará poco más de un mes que una actriz porno e influencer se abrasó el trasero en la Sierra de Béjar porque quiso fotografiarse en bikini sobre la nieve. En busca de la foto definitiva cazaron a dos vicepresidentas del Gobierno de España autorretratándose, radiantes, en el funeral del papa. Más graves son las muertes que se producen buscando esa instantánea única e irrepetible para petarlo en redes sociales, como le ocurrió a aquella gimnasta checa que pasó definitivamente a la posteridad, el pasado mes de agosto, tras caer al vacío junto al castillo de Neuschwanstein. Pocos días después, dos españoles se precipitaron cuando se fotografiaban cerca de una cascada en el Nepal. Más de 500 desde 2008, con una media de 24 años de edad. No fueron suicidios. No querían acabar con sus vidas, sino presumir de sus hazañas ante sus seguidores. Tomen nota los forenses: fallecieron de vanidad.
Parece que ahora se cultiva un nuevo uso de internet: reencontrarse con el pasado en las viejas versiones de Google Street View. Nos hemos convertido en nostálgicos que surcan el metaverso para hallar imágenes borrosas de hace unos cuantos años: un abuelo llevando a su nieto al colegio, el paseo junto a una mascota que ya no está, el escaparate de una tienda de barrio que cerró hace tiempo, etc. Fotos que nunca habríamos hecho por ser intrascendentemente cotidianas, pero que nos sitúan ante un pasado que se nos fue mientras poníamos morritos a la cámara.
Debe quedarnos alguna neurona melancólica que siente remordimientos por haber perdido tanto tiempo luciéndonos en el escaparate. A veces parece que acompañamos a Armstrong y a Aldrin en su paseo por la Luna y nos quedamos en su cara oculta, creyéndonos importantes. Merece la pena salir de la burbuja. Pero no esperemos a que pasen los años; vivamos el presente.
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