... Que me muero porque no me muero
Esta innecesaria exhibición de santa Teresa parece un antojo de quienes se empeñan en atar su cuerpo a este valle de lágrimas
Ante la noble calavera de santa Teresa, revestida con su hábito carmelita, han pasado decenas de miles de personas en las dos últimas semanas. Dice el prior que las previsiones se han desbordado ante «esta ocasión histórica y única que no volverá a acontecer en mucho tiempo», como proclama la web de la congregación. Añade el prior que santa Teresa es patrimonio de la humanidad, que es para todos; para los devotos que han participado emocionados en esta veneración pública y para los muchos curiosos que, en proporción desconocida, también se han acercado con respetuosa mirada a los restos de la andariega.
«La vida es una noche en una mala posada», escribió Teresa de Ávila. De Ávila, de Alba y de tantos otros lugares donde fundó conventos. Catorce noches pasará lo que queda de su cuerpo en una vitrina ubicada en la Basílica de la Anunciación. Lo lamento: aun en su hermoso féretro de plata, esos restos no me hablan de santidad ni de sabiduría, sino del polvo al que el Génesis condena nuestra carne. A mi juicio, más que una manifestación piadosa, esta innecesaria exhibición parece un antojo de quienes se empeñan en atar su cuerpo a este valle de lágrimas. Olvidan que, como la Doctora de la Iglesia también dejó escrito en su Libro de la vida, «no estamos aquí para siempre, sino en posada, y la muerte es el pasar a la patria».
El debido respeto impone no alterar la paz de los difuntos ni, aún menos, exponerlos al público. Reverencialmente se cubre a los cadáveres, y la Iglesia ordena concederles tregua hasta el día del juicio final. No ha sido este el caso. La prohibición de fotografiar la urna no ha impedido que las imágenes circulen por los medios. Incluso las religiosas han expresado sus dudas, sugiriendo ahora que tal vez habría sido más prudente cubrir el rostro con una máscara, o incluso cerrar el sarcófago. Como ha publicado un querido compañero de Facultad, no se trata de una simple objeción estética, sino una defensa del pudor, de la sacralidad, de esa sutil frontera entre la veneración y la vulgaridad. Por eso celebro la opinión del obispo Retana, quien ha expresado –tal vez, un poco tarde– su miedo a alentar el morbo antes que a dar a conocer su vida y obra: «Yo creo que no es un acierto mostrar así el cuerpo de santa Teresa».
Retomo las palabras de mi amigo, de cuya fe no dudo: «Definitivamente, santa Teresa sigue teniendo una palabra en nuestro mundo, pero no la dice con sus costillas al aire». Descanse en paz tu cuerpo, Teresa de Jesús.
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