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EL SEXTO SENTIDO

Leer para entender

El ignorante cae en su propia trampa: ignora su propia ignorancia y puede volverse arrogante

Viernes, 12 de septiembre 2025, 05:30

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Apenas tenía diez años cuando me acostumbré a una rutina surrealista. Como no iba a la escuela por la mañana, me iba a la cama a las doce y, hasta la una —ni un minuto más, ni uno menos—, leía compulsivamente lo que cayera en mis manos. Mi devoción por Mortadelo era enfermiza, pero no le hacía ascos a cualquier libro que me regalaran mis hermanos mayores, ya fueran cuentos de Andersen, viajes de Gulliver o cabañas del tío Tom. Además de las cuatro reglas, fueron ellos quienes me enseñaron a leer. Hace poco descubrí que un antepasado mío, abogado, dedicó su vida a la enseñanza de las primeras letras en los tenebrosos tiempos de Fernando VII. Entonces, sólo un español de cada cinco sabía leer, y por eso Domingo Bacas creó un método para enseñar a niños a niñas —feminista del siglo XIX— desde que comenzaran a hablar. Sus libros están en la Biblioteca Nacional y yo, dos siglos después, los repaso con orgullo. Hoy, casi toda la población está alfabetizada, aunque la proporción de analfabetos funcionales no ha dejado de aumentar.

Una célebre influencer de perfil fashion colgó hace días un reel en el que reprochaba la presunta superioridad moral de los lectores frente a quienes no lo son. «Hay que superar que haya gente a la que no le gusta leer», afirmaba mientras mostraba su librería llena de cositas de una conocida cadena de decoración. Naturalmente, nadie está obligado a leer. Como dijo Borges, «el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo», pero ¿qué vida queda sin afectos, sin aspiraciones, sin imaginación? El poeta brasileño Mario Quintana aseguraba que «los verdaderos analfabetos son los que aprendieron a leer, pero no leen», aunque también debemos cuidarnos de los que leen poco, pues, como afirmaba Unamuno, «cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee». El ignorante cae en su propia trampa: ignora su propia ignorancia y puede volverse arrogante. Moraleja: no basta con ponerse al día haciendo scrolling en las redes.

Concluyo mis citas con una de Núria Espert: «La lectura es para mí algo así como la barandilla en los balcones». La lectura ofrece protección, seguridad y una perspectiva elevada, como una reja que nos deja asomarnos sin temor a caer. Hay mucho trilero ahí afuera deseando que la caguemos, y la lectura —en papel, en pantalla o en tablillas de barro— es un antídoto contra el engaño; un arma que ayuda a defendernos de argumentos simplones. Es una herramienta para ser más persona y distinguir el bien del mal que nos rodea. Me alegro de leer.

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