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La edad ejerce una maléfica influencia sobre la forma de ver las cosas. Supongo que fue lo que me ocurrió cuando el pasado enero me costó tanto entender la muestra «Xoxología», instalada por el Servicio de Actividades Culturales de la USAL en la Hospedería de Fonseca. Necesité que la artista LaLora, autora de los «más de cincuenta coños» expuestos, explicara que su trabajo aspiraba a demostrar cómo un elemento morfológico desencadena toda una serie de constructos sociales, culturales, políticos, familiares y afectivos que determinan cómo o quién debe ser una mujer. La exposición reservó un espacio titulado «Haz tu propio coño» en el que LaLora invitaba al público a dibujar su visión de ese elemento anatómico con unos lápices de colores. Todo un acierto.

Esta misma semana, la Facultad de Bellas Artes de la USAL recibió a Samantha Hudson, «una lesbiana que pinta y un maricón acuario que hace videoarte», como se autodefinió ante la cámara. Su éxito fue atronador y la institución dio amplia cuenta de ello en redes sociales. Según dijo, vino a hablar más de su experiencia vital que de su trayectoria profesional. Seguro que hubo más de un retrógrado contrario a su presencia en el Campus de Ciudad Jardín. La tradición universitaria es reactiva con la heterodoxia, pero, sobre todo, es elitista. Abomina de la cultura popular y no hace concesiones a los apóstoles de la realidad social, que traducen a román paladino los arcanos que atesora la progresía ilustrada. Con todo, las princesas del pueblo merecen respeto; máxime ahora, que desaparece Sálvame de la parrilla.

Lo que no me terminó de convencer de la señora Hudson –la edad me vuelve a jugar una mala pasada– fue su torpe aliño indumentario. Si te invitan a una master class, procede vestir algo más convencional. Así lo hizo Gustavo Petro, presidente de Colombia, cuando el pasado viernes recibió en el Paraninfo la Medalla de la Universidad de Salamanca. Cierto es que no llegó a encorbatarse, aunque hubiera motivos. No todos los días es el propio homenajeado quien preside el acto, ni se descubre un vítor en su honor, pintado sobre las áureas piedras del Viejo Estudio. Tampoco el rector Unamuno era muy amigo de la corbata. Y de Unamuno habló Petro, después de dar muchas vueltas forzadas en torno a la eterna lucha entre la inteligencia y la barbarie. También lo hizo de Millán Astray, cuyo segundo apellido pronunció –hasta dos veces– como si el fundador de la Legión fuese de Brighton.

Lo dicho, que me siento más viejo que Jorge Vidal en El tango en París. No es la peli de Bertolucci, ¿eh?

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