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El pasado miércoles, colegas de profesión llegados de toda España me pidieron que los acompañara al lugar donde ocurrió el célebre enfrentamiento entre Unamuno y Millán Astray. Habría buscado una excusa para evitarlo si hubiera sabido que ese solemne templo de la inteligencia, donde su sumo sacerdote firmó su propia condena el 12 de octubre de 1936, estaba siendo profanado por los mercaderes. Frente al estrado, una estructura más propia de una verbena cubría el pendón del Príncipe Juan, mientras una atronadora catarata de decibelios obligaba al pobre Alfonso IX, espantado en su grisalla, a cubrirse el rostro con las manos. El carrusel de marcas comerciales sobre las pantallas opacaba el esplendor de los tapices flamencos restaurados por la Fundación GACETA. Se ensayaba la grabación de un programa de radio en el que –entre ráfagas musicales de Shakira, Melody y algún que otro reguetonero– intervinieron tanto el alcalde de la ciudad como el rector de la Universidad.
Se dijo desde el escenario: «En este Paraninfo han pasado cosas extraordinarias durante ocho siglos» (sic). Realmente, ¿era necesario ceder el espacio reservado a las grandes ceremonias universitarias para un espectáculo de esa naturaleza? ¿Qué aporta el Paraninfo a un programa de radio? ¿Por qué no se recurrió a un auditorio, como ya se hizo en ocasiones anteriores? En mi opinión, la banalización de los espacios es significativa de una flagrante falta de respeto. Importa destacarlo: una institución no es lo mismo, ni funciona igual, que una empresa.
La celebración de festejos de lo más diverso no tiene nada de nuevo entre las viejas paredes universitarias. En Nueve cartas a Berta, por ejemplo, se ve en blanco y negro cómo la hermosa sala de exposiciones del Patio de Escuelas Menores alojaba guateques en los sesenta. Parecía que esta clase de herejías formaban parte del pasado. ¿Qué será lo próximo? ¿Una pachanguita de tenis en la Biblioteca Histórica con motivo de la futura entrega del honoris causa a Rafa Nadal? ¿Tal vez una rave en el aula de Fray Luis de León?
El miércoles pasé mucha vergüenza propia, no ajena. Hace casi treinta y cinco años que trabajo en esta institución y –qué presunción la mía– la siento como parte de mi carne. Por eso me dolió tan lamentable e inútil espectáculo. No quiero ir de Alonso Quijano por la vida, pero tampoco creo que debamos humillarnos al oro de Quevedo. Ni creo que sea este el camino, ni creo que todo valga para llegar a la meta. Se puede rectificar; eso es lo bueno.
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