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Está claro que el audio dichoso lo han filtrado desde la Moncloa. Me lo ha dicho una jai que trabaja de asistenta en el CNI. La pregunta es la misma de siempre. ¿A quién beneficia la filtración? La respuesta es bien sencilla. O sea, «blanco y en botella», como dijo Bolaños, que ya es archidiácono en asuntos regenerativos. Seguramente, la idea ha sido del cacereño, ese que dirige el Gabinete Caligari, donde jamás se ha inventado nada de provecho. El caso es que nadie piensa que el juez Peinado llegará a trinchar el pavo de la Nochebuena. A no ser, claro, que sus colegas hagan piña con él. Me refiero, por supuesto, al Consejo del Poder Judicial, que ya es hora de que desenmascaren al demócrata regenerador de la Moncloa. Es decir, a Pedro Páramo, el galán perfumado, cuya frase más repetida suele ser: «Bego, mi amor, regenera que algo queda».
De paso le he preguntado a la espía que me amó, una sinrazón de fuegos fatuos, que me explique la vestimenta que llevaba nuestro embajador en Venezuela el día de la tocata y fuga. Es decir, cuando Maduro dejó a un lado el libro de Schopenhauer para expulsar del país al anciano que le había ganado en las urnas. Un servicio más a la regeneración de la democracia universal. Hay regeneradores que son implacables ante las veleidades democráticas del censo electoral.
Se trata del atuendo blanco, impoluto, que el embajador español, don Ramón Santos, lucía en su residencia de Caracas la tarde de la kermesse. Debió ponérselo para servir los güisquis antes de comunicar a don Edmundo González, el presidente electo, que después de la priva debía tomar el último tren a Katanga. Una fiesta de lo más interesante. No se tienen noticias de que Delcy Rodríguez, como la madame que es del Gobierno, llevara a sus visitadoras, igual que aquel Pantaleón inolvidable de Vargas Llosa. Sí sabemos, en cambio, que el palanganero del burdel, el hermano loco de la isla mínima, fue quien llevó la farlopa, que para eso es el encargado de las relaciones comerciales dentro del parlamento venezolano.
A decir verdad, ese ropaje blanco me ha tenido un poco en ascuas. Ahora sé por mi espía en el CNI que se trata del «liquiliqui», el traje nacional venezolano. Un detalle muy diplomático de don Ramón para atemperar, supongo, los rebuznos que el loco emplumado lanzó contra España. Ese pobre rucio es un desmemoriado. El muy rodezno ya no se acuerda de que fuimos los españoles quienes le enseñamos a leer y a escribir, pero no a rebuznar, que esos tonos le vienen de cuando Bolívar repartió las albardas entre los de su calaña.
No quisiera olvidarme de otro gran regenerador. Ya sabemos que en todos los pueblos siempre hay quien de nacimiento se dedica al oficio. En el mío, por ejemplo, hace años que vivió uno al que recuerdo con mucho cariño. El pobre, cada vez que veía una película del Oeste, creyéndose John Wayne, salía del cine disparando su pistola de juguete sobre todo lo que se movía. El día que murió fue uno de los más tristes que se vivieron en el pueblo. Pero el regenerador que me gustaría destacar por encima de cualquier otro se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Un genuino regenerador de categoría nacional, incluso con visos de conseguir el entorchado mundial.
Zapatero me recuerda mucho a otro gran regenerador. ¿Se acuerdan de Abundio? Se parecen como dos gotas de agua. Para mí que ambos han llegado al mismo nivel neuronal. Sobre todo cuando ponen de manifiesto su sentido del humor. Por ejemplo, me dio un ataque de risa cuando a Zapatero se le ocurrió inventarse ese engendro tan jacarandoso de la Memoria Histórica. Dijo que había que crear tensión política entre los ciudadanos. Y vaya que si la creó. Lo malo es que están a un tris de volver a correr como conejos. Espero de veras que estén en forma. ¡Ay, Carmela!
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