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El oro de Mackenna

Resulta que a la Naturaleza hay que dejarla campar por sus fueros en plan maquinaria asesina y sin control para que nos joda

Jueves, 21 de noviembre 2024, 05:30

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Demos por sabido que la codicia viene de antiguo. En esa galería de oficios donde los hombres buscamos el oro de Mackenna, parece ser que el de político siempre estuvo a la cabeza de los rangos. No sería ocioso recordar los versos satíricos de Francisco de Quevedo: «Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amigo». Me vienen también a la memoria algunas líneas que Tirso de Molina escribió sobre lo que hoy se practica sin sonrojo de moralistas: «Es ciencia la presunción, ingenio la obscuridad y grandeza el ser ladrón». Sin ir más lejos, ahí tienen ustedes a los marxistas, que tras convertirse en la referencia moral y distributiva de Occidente han devenido en cuatreros polimorfos. Más que nada por la variedad de argucias y habilidades con las ganzúas, ciencia que incluyeron en los programas educativos de la LODE, la LOGSE y la cátedra de enseñanza primaria de la Virgen de Begoña.

De manera que ahora disfrutamos a calzón quito de aquellos polvos docentes que generaron estos lodos tristemente concentrados en nuestras provincias mediterráneas. Provincias que ya saben cómo se las gasta el nuevo Centinela de Occidente, ya que al otro se lo llevaron a Mingorrubio para que no volviera por Valencia a inaugurar presas, cauces y planes hidrológicos.

Resulta, amigos míos, que a la Naturaleza, esa vieja zorra, hay que dejarla campar por sus fueros en plan maquinaria asesina y sin control para que nos joda los bajos con cualquiera de sus habilidades. Es decir, por tierra, mar y aire. Eso, al menos, es lo que pretenden los ecologistas en sus ratos libres, bien untados por los tontos de turno. Curiosamente, las víctimas del temporal murieron sin saber que con sus impuestos han financiado a los grupos «ecologetas» que paralizaron, con la complicidad política del inútil de Zapatero, el plan hidrológico de José María Aznar. Tampoco estos chicos permiten la limpieza de los cauces fluviales. No quieren molestar a especies protegidas de juncos y otras hierbas de gran importancia para la vida social de las ranas. O sea que los muertos de la DANA (adviértase que no escribo fallecidos) financiaron sin saberlo su propia ejecución.

Ahora falta, claro está, el asunto de la reconstrucción de la zona. Imagino que la estrategia del nuevo Centinela de Occidente y sus secuaces será conseguir más lingotes del oro de Mackenna. Si cree Mazón, el comilón, que Sánchez le va a poner una trasferencia bancaria de unos miles va listo y apañado. No le llegará ni para una paella en La Pepica. Que se lo pregunten, si no, a los del terremoto de Lorca y a los del volcán de La Palma.

De modo que el Centinela esperará lo suficiente para que las empresas encargadas del resurgir oriental sean de su cuerda y pasen antes por caja. Supongo que con el fin de engordar los activos del partido y la cátedra luminosa de la señora. Por cierto, dicen las malas lenguas que ella es catedrática de contabilidad cuántica, especializada en establecimientos bivalvos: bien para cojitrancos rijosos como Quevedo, bien para proustianos como don Antonio Hoyos y Vinent, aquel bujarrón genial que escribió sobre los pecados de la noche y las bestezuelas del amor.

Los socialistas, desde Pablo Iglesias, mantienen una relación demasiado sentimental con el oro. No en vano se dice que las maletas de la Delcy iban cargadas de lingotes venezolanos. De ahí que ese tal Koldo empleara su valentía de gudari en la custodia del equipaje. Ojalá alguno de su misma calaña hubiera demostrado idéntica capacidad en el empleo del Oro de Moscú. Más ético y ejemplarizante habría sido si otro Tito Berni se lo hubiera gastado en el Hotel Mónaco, que era burdel, en vez de regalárselo a Stalin y su banda de fusileros. Incluso se lo enviaron con un lacito en lo alto del celofán. Sin permiso de Mackenna.

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