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Nunca he sabido un carajo de coches. De modo que cuando el cachicán de la Moncloa, en una de sus charlas chavistas, dijo que prefería los trenes parados del primate antes que los «Lamborghinis», primero pensé que se había vuelto loco y, segundo, que hablaba de una pasta italiana. Todos sabemos la miríada infinita de tallarines y fusillis que los italianos suelen arrimar a los fogones. Enseguida supuse que, como el mitinero era socialista y colega del Tito Berni, esos «Lamborghinis» serían a la «puttanesca». Una receta que suele hacer las delicias de nuestros sindicalistas.
Recuerdo que hace algunos años había un restaurante en Salamanca, situado en la plaza de la Fuente, el «Giuseppe», donde bordaban esa clase de salsa. A la altura de las hamburguesas de Cacho y el «pastel de berenjenas» de Víctor Salvador, uno de los grandes cocineros salmantinos de todos los tiempos.
Imagínense la vergüenza que pasé al enterarme, maldita sea, de que Lamborghini era una marca italiana de coches. ¿Cómo iba uno a pensar que todo un presidente de Gobierno, universitario, economista y con una brillante tesis doctoral a sus espaldas, se atrevería a decir una idiotez semejante? Enseguida supuse que detrás de aquellos «Lamborghinis» había un jefe de gabinete dispuesto a demostrar la infalibilidad del principio de Laurence J. Peter: «En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su más alto nivel de incompetencia». En realidad este es un principio al que se abrazan, como borrachos a una farola, todos los socialistas desde que Zapatero llegó a la Moncloa montado en un tren cargado de muertos.
Resulta que el nuevo incompetente, otro más para la colección, se llama Diego Rubio y, a pesar de que el jodío es de Cáceres, parece ser que es amante de las nuevas tecnologías. Seguramente, será el primer extremeño que entienda de dinamos y torretas de alta tensión. Lo digo porque soy de Trujillo y conozco el paño. En fin, puede que el chico sea una excepción y haya salido un tanto rarito. Muy inteligente no puede ser si se ha metido a socialista. Claro que también el muchacho, cuando anduvo fluyendo por las universidades americanas, bien pudo haberse convertido en discípulo practicante del diabólico Leo Strauss, apologeta de la mentira como arma política. Tampoco sería de extrañar que, recomendado por Soros, la CIA lo tuviera de topo en la Moncloa.
De momento, Sánchez ha dicho de su parte que el Parlamento le importa una higa. Es decir, que piensa gobernar en minoría y a decretazo limpio. Todos sabemos que es muy del gusto americano establecer dictaduras bananeras en países tercermundistas. Ahora le ha tocado al sur de Europa, que ha empezado a africanizarse desde el Guadalete hasta Roncesvalles.
Desde luego, con el asunto de los «Lamborghinis», el guripa de Cáceres ha puesto de manifiesto su tendencia al populismo más rancio. Naturalmente, ha conseguido que Sánchez nos angustie aún más de lo que ya estamos con su regeneración democrática. Claro que, como escribió Kierkegaard, «cuanto menos espíritu, menos angustia». Seguramente, esta será la razón y el objetivo de la guadaña totalitaria del cacereño. Ya saben ustedes que, en una pirueta de lo más extraña, el Gran Capital ha establecido, contra natura, una alianza con el mundo onírico de la izquierda. Incluso Oscar Wilde, que nada sabía de política, llegó a decir que «las épocas viven en la historia a través de sus anacronismos».
Ahora debo recoger mi «Lamborghini» en el concesionario. El único coche de esa marca que han vendido en todo el año. Incluso lo he pagado a tocateja. Una pasta gansa. A decir verdad, me siento como si la Virgen de Begoña me hubiera salvado, globalmente, de una quiebra anunciada. Volando voy, volando vengo.
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