El hilo de Ariadna
Las señoras de la noche suelen llevar nombres que son como contraseñas que delatan su predisposición
En otro tiempo, como establecía el protocolo, los ricos de provincias nos llegábamos a la capital a gastarnos el superávit en alguno de sus muladares. Personalmente guardaba turno en uno situado en la calle Barbieri. Más de una vez compartí el salón de cortinones rojos con don Santiago Ramón y Cajal, quien lo frecuentaba con el fin de investigar las dendritas y los cilindroejes de las pupilas. A don Santiago se le encendían las neuronas en presencia de una tal Vera, recién llegada de Estocolmo, que por eso le dieron el Nobel. De vez en cuando, Ramón también aparecía por allí, siempre a la espera de que don Alfonso rematara faena con la Nardo, la preferida de ambos. Ramón, al poco tiempo, dedicó a la chica una de sus novelas, cambiándole el oficio por el de cacharrera municipal.
A mí la que más me molaba era una cántabra que se llamaba Fifí, como recién salida de un relato de Maupassant. Fifí era una gran cotilla y solía ponerme al día acerca de las luces y las sombras de los políticos que la frecuentaban. Me contó, por ejemplo, que ella conoció íntimamente a los asesinos de Cánovas, Canalejas, Dato y Calvo Sotelo. Asesinos, claro, a las órdenes de la izquierda progresista española.
Las señoras de la noche suelen llevar nombres que son como contraseñas que delatan su predisposición, previo paso por caja, al alboroto de sábanas y ruidos de bidet. Lo más corriente es que se llamen, pues eso, Fifí, Lulú, Cocó, Nicole, Mimí, Vanesa, Anais y Margarita Gautier. De manera que cuando me enteré de que la preferida de Ábalos es una que se hace llamar Ariadna, se me rebrincó la vesícula. Y es que Ariadna no es un nombre que, ni mucho menos, se preste a ser utilizado en el negocio del desabrochado de corsés y bajada de cancanes. Ariadna fue la princesa cretense que ayudó a Teseo, después de que éste estoqueara al Minotauro, a salir del laberinto, proporcionándole la guía de su hilo mágico, el hilo de Ariadna, el mejor navegador de la cultura minoica. De manera que supone un sacrilegio imperdonable que esa señora, por muy mimada que se sienta por el progresismo español, se haya bautizado a sí misma con un nombre tan respetable.
Cuando la otra tarde nos vino Sánchez, sin comer ni nada, a ponderar las virtudes democráticas del progresismo español, llamando machistas a sus sicarios por el leguaje reflejado en el informe policial de la UCO, a mí se me reventaron las convicciones religiosas de libertino español, católico, romano y de derechas. No se explica uno que un tipo casado con la hija de un industrial del gremio, maldita sea, se rasgue las vestiduras en público y se nos ponga llorón y en modo prior agustino.
Y encima va el guripa y nos habla de sus virtudes democráticas y progresistas. Digo yo que no se referirá al hecho de comprarse la investidura presidencial mediante la promulgación de la Ley de Amnistía, utilizando la desvergüenza de los progres del Constitucional. Los mismos que blanquearon la carrera criminal de aquellos que fueron encarcelados por el Supremo en vista del latrocinio multimillonario de los ERES.
O sea que para Sánchez resulta muy democrático y progresista el hecho de ordenar al fiscal general del Estado que revele datos particulares de un ciudadano con el único propósito de dañar la honorabilidad de una adversaria política. Ocurre lo mismo con el asunto de la fontanera tetuda, a quien exigió que investigase las vidas privadas de todo aquel que osara dudar de sus convicciones democráticas. Sin olvidarnos, claro está, de la ley que prepara el curilla Bolaños para que la justicia caiga en manos de los fiscales que acostumbran a rumiar en los pesebres de Ferraz, con sus puñetas prevaricadoras y sus togas recosidas por el hilo de la Ariadna de turno. Pura democracia, según el libro del teórico Sartori. Don Giovanni.
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