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El dieciocho de julio

No voy a caer en la ucronía de decir que luché en el Jarama, pero en cambio sí leí la novela de Sánchez Ferlosio

Jueves, 17 de julio 2025, 05:30

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Antiguamente, en cada dieciocho de julio había en el ambiente como una armonía de lutos y recuerdos. Ahora sólo nos queda la paga extra que nuestros abuelos, los fachas, nos dejaron a los demócratas. Porque la verdad histórica de la efeméride es cosa de carrozas y reaccionarios como un servidor. Tranquilos, no voy a caer en la ucronía de decir que luché en el Jarama, pero en cambio sí leí la novela de Rafael Sánchez Ferlosio, a quien no dejaban entrar en la redacción de ABC porque pensaban que era un mendigo que pedía limosna. El hombre sólo quería entregar el artículo y, si era posible, cobrarlo. No obstante, don Rafael era millonario, ya que había heredado una finca en Coria y consiguió una pasta gansa por la propiedad. También le abonaron unos miles por lo del Premio Nadal, que ganó precisamente con El Jarama. Claro que de haber perdido la guerra ni hubiera heredado lo de Coria ni ganado el Nadal, ya que los socialistas nunca fueron amigos de herencias y de tirar rublos a voleo por culpa de novelas que jamás ayudarían a la financiación ilegal del partido, que es el cuento de nunca acabar.

O sea que mañana, día dieciocho de julio, hará ochenta y nueve años que estalló la guerra, como mi abuela solía decir al referirse al suceso. Una guerra auspiciada y deseada por los socialistas, que ya pensaban entonces en el timo de la Agenda 2030, que es el tocomocho callejero del Gobierno. Estaban en la cosa de que la República había nacido con demasiados lujos burgueses y, sobre todo, con hordas de monárquicos respirando por la calle a pleno pulmón. De manera que cinco días antes, el día trece, se enfundaron el mono de miliciano, se echaron el máuser al hombro y decidieron dar el paseo a Calvo Sotelo. Naturalmente, fue la provocación definitiva para que parte del ejército se levantara en armas. Esa fue la estrategia guerra civilista de la famélica legión para quedarse con lo ajeno, sacar la pólvora y entonar carmañolas con las fornarinas de Chicote y las rabizas de José Luis.

Mijail Koltsov, corresponsal de Pravda, confesó al principio de la guerra que, según una estimación aproximada, dieciocho mil empresas comerciales e industriales fueron expropiadas por los sindicatos. Se incautaron la mayoría de las fincas, grandes y pequeñas, y en casi todas las ciudades se quemaron los archivos notariales y los registros de la propiedad. De modo que la República no dejó de existir en abril de 1939, con la victoria del general Franco, sino en Julio de 1936, cuando los socialistas la redujeron a polvo y cenizas.

Lo más curioso es que en la actualidad la mayoría de los diputados de la izquierda caviar y putera, más todo ese enjambre de insectos voraces que mantienen atornillado a Sánchez en la poltrona de la Moncloa, son genéticamente originarios de la derecha franquista. Casi todos provienen de familias falangistas, tradicionalistas y de las Jons, incluidos los independentistas catalanes. Algunos llegamos a pensar que la Constitución del 78 iba a suturar, definitivamente, las heridas de la guerra, pero resulta que ha sido todo lo contrario. Sobre todo desde que el inútil de Zapatero, con el impulso electoral de sus muertos ferroviarios, puso las cuatro neuronas al servicio de la revolución bolivariana. Sin embargo, la verdadera tormenta que ahora ennegrece el cielo de España la ha traído esa banda mafiosa que lleva instalada en la Moncloa desde que los meapilas de Neguri se alinearon con sus amistades peligrosas. Alguien debería decirle al bueno de Aitor, el del tractor, que la Historia, aunque sea en forma de sainete, a veces se repite y para mí que ya no tiene edad para cruzar a nado hasta los casinos de Biarritz. Lo digo por si tiene que cargar con el oro de Cerdán, las nueces de Arzallus y el relicario de su madre. O sea.

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