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Al curilla Bolaños le ha dado un ataque de celos y se nos ha puesto un poco tarasca. El chaval no comprende que la derecha, la burguesía catalana, la de la pasta, al final ha de enrollarse con el resto de la derecha nacional. La pela es la pela y a Bolaños lo encontraron en una barraca de feria entrándole, a calzón quito, al marxismo de Rosa Luxemburgo. Personalmente, me pone más Marta Haerecker, una jai que le hubiera gustado desfilar por la pasarela del Quinto Regimiento.
Otra cosa, claro, es la representación política que los ricos de Pedralbes nos mandan a Madrid. Unos donnadies que vienen a robarnos la receta de la gallina en pepitoria y los huevos de Lucio. No les veo yo a estos chicos con la enjundia que se precisa para defender la sardana con la fiereza de un «dóberman», símbolo guerrista de la derecha española.
Por otro lado se comprende que el superávit de la industria catalana se fundamente en el chantaje político. Es decir, en conseguir del Gobierno socialista, a cambio de sus votos de siete leguas, la condonación de su deuda y que la totalidad de los impuestos se quede de quieto en Cataluña. O sea que a los demás nos vayan dando y si te he visto no me acuerdo.
Claro que como a los comunistas del Gobierno se les ha ocurrido la idea de imponer gabelas fuera de onda a los bancos y a las energéticas, la derecha catalana repite sin cesar aquello de Ortega: «No es esto, no es esto». De manera que ahora están de morros y los presupuestos caminan por el filo de la navaja, como en la novela de Maugham.
Naturalmente, a la burguesía vasca también le escuece la parte alícuota de las hostias fiscales que, desde la checa de Moncloa, han empezado a repartir, como cuando repartieron los máuseres en el Cuartel de la Montaña. Ustedes observen la cara de preocupación, no dispone de otra, de Esteban Bravo, vasco de pura cepa, que ha debido de recibir el aviso a navegantes de Ignacio Galán, el señor de los anillos luminosos, y de Torres Vila, cajero mayor de los fúcares de Neguri. Y el mensaje ha debido de ser muy claro: esos impuestos que los paguen entre Ábalos, la contable y el hermanísimo, que para eso han recaudado en alguna de las ferias de la España cañí y otras industrias emergentes y nada sostenibles.
Todos sabemos que la derecha española, la Derechona, no levanta cabeza por culpa de esa vaina de la soberanía y la autodeterminación. Téngase en cuenta que Junts y el PNV, dos partidos de derechas, últimamente suelen mudarse contra natura a la acera de enfrente. Es decir, se ponen al sol que más calienta y ese sol es el de la izquierda, siempre dispuesta a vender trozos de España a cambio de mandar en la capital y flagelar sin piedad a Isabel Ayuso, que les ha salido respondona y trabucaire, como Agustina de Aragón a los franceses.
Ese es el motivo de que la izquierda gane las mociones de censura, las sesiones de investidura y, seguramente, hasta los presupuestos, siempre y cuando no pisen el suelo sagrado de las grandes industrias vascas y catalanas. De modo que el problema de la derecha española radica en ella misma. No se entiende que los ricos periféricos, cuya única patria siempre ha sido el dinero, no quieran ajuntarse con los ricos de las tribus celtibéricas, si bien por aquí los negocios no florecen tanto como los del honorable Puyol y sus herederos.
Lo más apropiado sería que a Bolaños se le pasaran los celos y asumiera con normalidad que las derechas periféricas y las del centro han de llegar a entenderse, si es que no quieren que un día nos ahoguemos en el agujero negro de la deuda pública y el intervencionismo progre de la vida comercial. De no negociar, la derecha española no volverá a calentar ni el banco azul del Congreso ni, por supuesto, a pisar los sótanos dorados del Banco de España. O sea, el corazón de las tinieblas.
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