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CONVERSACIONES CIRO BLUME

Ada o el furor

Me sentí profundamente decepcionado al enterarme de que no iban a rescatar a los secuestrados sino todo lo contrario

Jueves, 9 de octubre 2025, 05:55

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Primero pensé que aquello sería como la operación «Dínamo». Recuerden que la flotilla de ochocientas embarcaciones reunidas por Churchill rescató, bajo el control del almirante Ramsey, a cien mil soldados que permanecían bloqueados por el ejército alemán en la playa de Dunkerque. Claro que lo heroico fue que aquellos patriotas civiles mantuvieron el rumbo bajo un intenso cañoneo nazi por tierra, mar y aire.

De modo que cuando la flotilla española partió, con un revoltijo de músicas, hacia las playas de Gaza, me dije que los terroristas de Hamás se dieran por muertos y por liberados los secuestrados israelíes. Sin embargo, me sentí profundamente decepcionado al enterarme de que no iban a rescatar a los secuestrados, sino todo lo contrario. Confieso que para mí fue una absoluta sorpresa cuando me enteré de que en la flotilla, como en el Arca de Noé, iba enrolado todo un recital de fauna española, desde unos terroristas de la Eta a raperos de música clásica, pasando por la que fue alcaldesa de Barcelona, Ada o el Furor.

Ahora me explico que el ejército israelí, uno de los mejores del mundo, huyera en desbandada al darse cuenta de que el almirante que lideraba aquella Armada Invencible no era Harpo Marx, sino la catalana después de teñirse el pelo de rubio platino, como imitación sainetera del mudo y su sopa de ganso.

Al tratar de enterarme de cuáles eran, entonces, las intenciones de la expedición naval, en verdad nadie ha sabido aclararme aquella vaina con un mínimo de racionalidad. O sea que si no era para vencer al moro, como en Lepanto; ni para defender a los restos del imperio, como en Trafalgar; ni para recuperar Gibraltar de las fauces libidinosas de Camila; ni para presentarse a la cita en el desguace del Canal de la Mancha; ni tampoco era una cruzada para defender a la cristiandad, perseguida y humillada, en los huertos olivareros de Tierra Santa; que alguien me explique, maldita sea, qué demonios pretendía la gorda con esa bufonada naval que ha puesto en ridículo a la gloriosa Armada de su majestad. ¿Se imaginan las carcajadas de Churchill de haber sabido acerca de la gesta ardorosa y furibunda de la mucama?

Obviamente, la respuesta la tienen en el palacio de la Moncloa, donde el guripa de Cáceres y demás asesores presidenciales pergeñan la estrategia para mantener oxigenado al muerto viviente que les paga. En realidad, un moribundo que trata de esconder sus estertores lanzándonos mendrugos de pan, como si fuéramos perros callejeros. Lo malo es que entramos al trapo como imbéciles o hubiéramos nacido el año pasado en Marienbad. El novio de Ayuso, el genocidio, el aborto y, de momento, la flotilla nos han mantenido medio groguis sobre la lona del ring, dándonos de hostias los unos a los otros.

No obstante, la demostración de que el partido socialista se financia ilegalmente parece que está a la vuelta de la esquina. Sánchez sabe que ese delito es su talón de Aquiles. La clave de bóveda que lo arrojará del Falcon sobre el abismo de los siglos. Seguramente, antes negociará para no acompañar a sus cómplices del Peugeot al chalé de Alcalá Meco. Parece obvio, pues, que gracias a su antigua profesión, trate de sacar algún conejo de la chistera, nunca mejor dicho, y pueda vivir como un marajá gracias a esa fortuna de la que todo el mundo habla maravillas.

Es posible que todavía nos espere algún que otro numerito ideado por la candente imaginación de los asesores de la Moncloa. Por ejemplo, enviar disfrazada de monja a la alcaldesa, Ada o el Furor, al mando de una «marcha rosa» sobre las casas lascivas de la competencia, y así establecer un nuevo debate acerca de la higiene afrancesada del bidet, los aromas salutíferos del pachuli y el alegre candombe de las suripantas de Ábalos. O sea.

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