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CRUZ DE GUÍA

Dios no cabe en una papeleta

Nunca me han gustado las etiquetas y menos aquellas que realizan una identificación entre ser católico y apoyar a partidos ultras de derechas

Viernes, 22 de agosto 2025, 06:00

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«Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios». (Lc 13,29) El Evangelio de Lucas es mucho más directo y conciso que el mensaje que lanzó la Conferencia Episcopal con motivo de la polémica de Jumilla y el veto en un polideportivo municipal a la celebración de una de las principales fiestas religiosas para la comunidad musulmana.

La reacción de Santiago Abascal, líder supremo de Vox, a este comunicado fue hacer referencia a los casos de pederastia que mantenían «amordazada a la Iglesia» o incluso atacó al brazo social de la Iglesia cuestionando sin pruebas la financiación de Cáritas.

El caladero de votos que ha encontrado Vox en la inmigración ha pinchado en hueso en la Iglesia. O al menos en el órgano que lo representa, ya que se observaron dos posiciones antagónicas. Desde Joan Planellas, arzobispo de Tarragona, quien recordaba que un «xenófobo no podía ser un verdadero cristiano» a Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo, quien escribía con un tono despectivo y generalizando sobre toda la comunidad musulmana: «¿Dónde está la reciprocidad negada de los moritos que asesinan en nuestras iglesias dentro de sus territorios?». Esa fractura interna refleja hasta qué punto la Iglesia se resiste a ser utilizada como ariete político: mientras unos reivindican la coherencia entre fe y hospitalidad, otros se dejan arrastrar por discursos que reducen el Evangelio a un altavoz de prejuicios. En este debate, nuestro obispo, José Luis Retana sí mostró la posición oficial de la Iglesia local tras la cacería de Torre Pacheco en la que mostraba su rechazo firme a cualquier forma de odio, así como a combatir los prejuicios y recibir a los inmigrantes.

«Nos duele profundamente que incluso estén pidiendo una expulsión generalizada e inciten a la violencia», reprochó el prelado ante un mensaje nada casual que refleja perfectamente 'la ventana de Overton'. Es decir, primero se lanza una propuesta extrema (expulsar a todos los inmigrantes) para desplazar el debate. Después, una medida dura pero menor (expulsar a una parte) parece «razonable» en comparación.

Nunca me han gustado las etiquetas. Y menos aquella que realiza la identificación automática entre ser católico y apoyar a partidos de ultraderecha, con los que se ignora la riqueza y diversidad del pensamiento católico y se proyecta a un Cristo blanco y supremacista, obviando los testimonios evangélicos de un Dios sin raza, ni país.

Había cierta manía entre los periodistas de encasillar al papa Francisco como 'rojo' o 'comunista' simplemente por realizar signos y símbolos que acercaban a la Iglesia a la gente. De hecho, sus cambios doctrinales apenas fueron plausibles y, tal y como recuerda Javier Cercas en su libro sobre 'El loco de Dios en el fin del mundo', cada noche en El Vaticano había sacerdotes que rezaban por su muerte. Siempre he pensado que Dios no cabía en una papeleta, ni en el programa de un partido político.

Lo que incomodaba no eran sus reformas, sino su insistencia en devolver al centro del discurso cristiano: la dignidad de los pobres, el cuidado del prójimo, la apertura al diferente. Ese gesto de cercanía, tan sencillo como poderoso, bastó para que algunos lo caricaturizaran de revolucionario, cuando en realidad no hacía más que recordar lo esencial del Evangelio.

En definitiva, resulta un error seguir confundiendo fe con ideología, credo con programa electoral. Dios no cabe en una papeleta, ni en un mitin, ni mucho menos en la manipulación del miedo al diferente.

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