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EN EL CENTRO DE LA DIANA

No supieron vivir de otra manera

¿Cómo es posible que las Fuerzas Armadas no hayan puesto aún en el centro de sus políticas a su recurso más valioso?

Sábado, 7 de junio 2025, 05:30

30 de mayo, festividad de San Fernando, Patrón del Arma de Ingenieros. Frente a la tribuna de invitados, confortablemente protegida de un sol implacable, cientos de militares aguantaban estoicamente en formación para conmemorar su día grande. Aunque no creo que sean menos grandes otros muchos días, en los que esos soldados se juegan la vida, literalmente, por lealtad a su Patria y a una forma de vida que requiere valor, sacrificio y una gran dosis de vocación.

No quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron vivir de otra manera. Este final del Homenaje a los Caídos por España provoca un estremecimiento a los civiles que presenciamos actos castrenses. Porque entre las muchas posibilidades que un día se abrieron ante estos militares, ingenieros en este caso, algo les hizo elegir una forma de vida repleta de esfuerzos, sacrificios y peligros. A cambio lograron la satisfacción del deber cumplido, el reconocimiento de la sociedad -al menos en Salamanca podemos presumir de que sea así- y unas condiciones salariales y de trabajo que lamentablemente distan mucho de lo que se podría imaginar ante tantas y tan grandes exigencias.

En los últimos tiempos se ha incrementado la fuga de talento militar hacia grandes empresas privadas, donde se les ofrece una mayor estabilidad, posibilidad de promoción y mejores salarios. Y no es extraño que el personal militar de todas las escalas resulte tan atractivo para las grandes empresas. Trabajadores que han superado un complejo proceso de selección, altamente cualificados, disciplinados y con amplia experiencia. ¿Qué empresa no desearía contar con personal de estas características? La pregunta, entonces, recae hacia el otro lado. ¿Cómo es posible que las Fuerzas Armadas no hayan puesto aún en el centro de sus políticas a su recurso más valioso?

El reciente ataque de Ucrania a bases aéreas militares rusas demuestra que no siempre la balanza se inclina del lado de la potencia con mejor tecnología, sino de aquella con ideas más audaces. Un centenar de pequeños drones ha sido capaz de provocar daños por valor de 7.000 millones de dólares, además de lanzar un mensaje incuestionable a todos aquellos que creían que el resultado de la guerra estaba sentenciado. Detrás de la operación Telaraña no había armas de última generación, ni tecnología multimillonaria. Solo el ingenio y la creatividad humana, puestas a disposición de una causa.

Recientemente se ha aprobado una inversión para la mejora de las retribuciones de los miembros de las Fuerzas Armadas, pero los 200 euros mensuales de incremento distan mucho de los 800 que las asociaciones militares estiman que serían necesarios para alcanzar la equiparación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Pero los más de 10.000 millones de euros que se destinarán a Defensa, una decisión sin precedentes en nuestro país motivada por la compleja situación mundial, se dedicarán sobre todo a grandes programas y mejoras tecnológicas, olvidando una vez más a quienes están detrás esos equipos, las personas.

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