Over the rainbow
Una semana después de la encarnizada batalla por poner banderas arco iris, nada, o muy poco, volverá a escucharse hasta el 28 de junio de 2026
Cuenta la leyenda -urbana- que cuando la angelical Judy Garland interpretó esta canción, anhelando un mundo de libertad repleto de luz y color, más allá del sepia oprimente de Kansas, sembró la semilla de la bandera arco iris como símbolo de la lucha de la comunidad LGTBI.
Tal vez algún lector piense que voy con retraso, que las noticias referentes a la bandera arco iris -que si se pone, que si se quita-, tuvieron lugar hace una semana. Y efectivamente, hace justo una semana todos los medios de comunicación hablaban en mayor o menor medida, con mayor o menor empatía, del Día del Orgullo LGTBI y de la lucha por la igualdad de las personas que aún en el siglo XXI siguen reclamando su derecho a ser, sentirse y amar. Hace una semana se convocaban marchas en la mayoría de las ciudades para reivindicar que el avance hacia la igualdad de todos los españoles es un triunfo que aún no ha echado las raíces suficientes para resistir las embestidas de un tornado, y que no podemos bajar la guardia porque corremos el riesgo de involucionar. Y hace también una semana los partidos políticos se posicionaban con fiereza ante esta fecha, colocando la causa en lo más alto de su pirámide de preocupaciones y lo que es peor, apropiándose de ella como si fueran sus únicos defensores. Y no es así.
Reivindicar la igualdad de las personas que pertenecen a alguno de los colectivos que se engloban bajo las siglas LGTBI no es exclusivo de los partidos políticos de izquierdas. Tampoco lo es la lucha contra la violencia de género, o la defensa del bienestar animal. Y de la misma manera, tampoco son exclusividad de los partidos políticos de derechas la exaltación de la bandera española, el apoyo a los empresarios o la defensa de la familia tradicional. Pero la realidad es que tras mucho tiempo repitiendo esos mantras, los propios partidos políticos han llegado a creérselo, dejando huérfanos a quienes no pertenecen al grupo «correcto».
Este sería un mal menor si la defensa de la causa se sostuviera en el tiempo y se enfocara a promover políticas para mejorar la vida de las personas. Si se hiciera desde el convencimiento ideológico de la obligación de los representantes públicos de buscar mejoras de vida para todos los ciudadanos. O al menos desde la altura moral de quien entiende que su semejante, con sus diferencias, merece las mismas oportunidades. Pero la realidad es que una semana después de la encarnizada batalla por poner banderas arco iris, nada, o muy poco, volverá a escucharse hasta el 28 de junio de 2026. Con tantas necesidades, demandas y deberes pendientes, el empuje no llegará hasta que de nuevo toque pegarse por la bandera.
En medio de este panorama previsible y desolador destacan los «rebeldes». Gobiernos de derechas que trabajan durante todo el año, codo con codo, con colectivos LGTBI. Gobiernos de izquierdas que aceptan el concepto tradicional de familia. Aún queda esperanza, al menos en España. Porque, aunque nunca lo hubiéramos creído, noventa años después, Kansas y todo Estados Unidos está volviendo al sepia.
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