Merry Christmas!
Entristece pensar que nuestra forma de entender y vivir la Navidad se está diluyendo inexorablemente
Es una extraña mezcla de sensaciones. Un sí, pero no. Porque, al fin y al cabo, ¿a quién no le gustan las luces de colores, ... la música y la magia de la Navidad? Días de descanso, reencuentros con familiares, amigos, regalos y esa esperanzadora sensación de que se cierra un ciclo y se abre un capítulo nuevo en el que todo lo negativo del año que termina parece quedar atrás. La cuestión es: si todo eso comienza un mes antes, ¿no se pierde la esencia? ¿Cuántos días puede un ser humano mantener intacto el espíritu navideño?
En la época en la que estamos viviendo, a finales de noviembre la maquinaria navideña se pone en marcha. Las calles se llenan de luces, comienzan a oírse villancicos y resulta imposible ver en televisión, en una sobremesa de domingo, una película que no sea navideña. Y a esto se añaden nuevas costumbres importadas de otras culturas, y que ya hemos asimilado como si fueran nuestras desde siempre, comenzando por el Black Friday, continuando con inundar de luces las fachadas de las viviendas y finalizando con los jerséis navideños feos, que incluso tienen un Día Internacional. Y por supuesto, de la esencia religiosa de estas fechas, que en definitiva es su razón de ser, ni rastro.
Para los que fuimos a EGB la cronología era sencilla: los adornos en casa se colocaban en el puente de la Inmaculada, la Navidad comenzaba con el soniquete de los niños de San Ildefonso, íbamos a la Misa del Gallo, nos comíamos las uvas —eran uvas para todos, no había excepciones—, nos entusiasmábamos con los regalos que nos habían dejado los Reyes Magos a cambio de un vaso de leche, y después, con mucho pesar, toda la magia se guardaba en una caja que se subía a un altillo. La expectativa de lo que estaba por venir nos mantenía ilusionados durante todo el mes de diciembre y la magia, concentrada en dos semanas, tenía la intensidad de lo que se sabe excepcional.
Entristece pensar que nuestra forma de entender y vivir la Navidad se está diluyendo inexorablemente y que en pocas generaciones se habrá difuminado tanto que no habrá ninguna diferencia con la celebración de una familia norteamericana. Solo hay que fijarse en cómo nuestro Don Juan se esfuerza por sobrevivir la noche del 31 de octubre, frente al Halloween del truco o trato.
Un paso más allá en esta cuestión es si la irremediable transformación de nuestras Navidades en una orgía consumista es el camino a seguir. Acepto el argumento de que el ambiente navideño en las calles pueda ser un reclamo para el comercio local, cada vez más asfixiado y con mayores dificultades para mantenerse frente a las grandes marcas y la compra online. Pero sería necesario valorar si los villancicos en la calle son un arma efectiva para competir con los precios desproporcionadamente bajos que ofrecen las tiendas en línea, o es necesario otro tipo de políticas activas que faciliten su supervivencia. En Salamanca, los autónomos ya han dejado clara su carta a los Reyes Magos.
¿Terminaremos celebrando el Día de Acción de Gracias? Se aceptan apuestas. O una porra, que es más nuestro.
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