Los balcones de la calle Trébol
Si preguntamos a cualquier turista cómo es la silueta de Salamanca –me niego a usar el anglicismo skyline-, nos hablará sin duda de la visión única que se puede contemplar desde la ribera del Tormes, con las majestuosas torres de la Catedral y la Clerecía al fondo. Pero los de aquí sabemos que hay otras muchas siluetas, que son tan distintivas como los grandes monumentos.
No hay que ir muy lejos. Por ejemplo, a la calle del Trébol. Quien haya pasado por allí se habrá asombrado ante la vista de los balcones que escapan de las viviendas, incluso a ras de suelo, y que parecen suspendidos en el aire en una acrobacia urbana difícil de igualar. Son el resultado del crecimiento vertiginoso de la ciudad a mediados del siglo XX y que dio lugar a un nuevo barrio, Garrido Norte. Los balcones emergen de las fachadas y parecen estar en constante equilibrio entre mantenerse firmes o precipitarse al vacío.
Hay un paralelismo trágico entre estos balcones y las miles de familias que afrontan estos días la vuelta el cole de sus hijos. Haciendo auténticas demostraciones de equilibrio, y mucha creatividad, lograrán sostenerse y superar el mes de septiembre, a pesar de la carga añadida a sus ya sobrecargados balcones económicos. Se mantendrán suspendidos en el aire mientras los libros de texto, uniformes y material escolar de cada uno de sus hijos suponen un gasto medio de 500€ en este mes, aunque la OCU ha calculado que en el curso 2025-2026 el gasto total para las familias en los colegios públicos será de más de 1200€ por cada hijo. Por muy equilibristas que sean los progenitores, son necesarios anclajes muy fuertes para mantener esos balcones firmes.
Existen ayudas autonómicas y locales para que este desembolso económico, que rompe el presupuesto de muchas familias después del verano, sea más fácil de afrontar. Pero hay un problema de base, mucho más grave y estructural, si son necesarias ayudas para acceder al derecho a la educación, establecido en el artículo 27 de la Constitución, que la define como obligatoria y gratuita en su enseñanza básica. Una ayuda puntual es, sin duda, un alivio, pero no soluciona el problema de base. Es necesaria una nueva percepción de la educación, que reconozca su importancia y que no suponga una carga para las familias.
Decía Nelson Mandela que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Y un pasito a su favor es sustituir en nuestras mentes la palabra «gasto» por «inversión». No inversión para la familia, ni siquiera para el propio niño. Inversión para la sociedad, para lograr cambiar el mundo. Falta hace.