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La Semana Santa es sin duda alguna la celebración más triste y a la par es la más seguida del universo cristiano. Es curioso que millones de personas 'celebren' de forma activa la muerte de Jesús y su posterior resurrección, mientras que su nacimiento y sus primeros días en este mundo en Navidad pasen más desapercibidos en cuanto a participación se refiere. Solo hay que comparar las iglesias en la misa del gallo con cualquier procesión que ha recorrido las calles de Salamanca estos días. Pero es que las cifras, muchas veces frías, están encima de la mesa para poner de manifiesto que a España le chifla la Semana Santa. Cerca de dos de cada tres españoles (un 61 %) asisten a las procesiones que se han llevado a cabo durante la Semana Santa en toda España, ya sea de forma regular o esporádica, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). No creo que en esto también meta la mano el señor Tezanos y espero que los datos sean fiables. Esta participación equivale a casi 29 millones de personas, lo que convierte a esta celebración religiosa en uno de los mayores fenómenos socioculturales del país. Estas estadísticas las veo muy extrapolables a Salamanca y es que es fácil que dos de cada tres salmantinos hayan estado en una procesión de forma directa o que se la hayan encontrado por la calle y se hayan quedado un rato viendo la procesión de alguna de las maravillosas tallas que tiene la Semana Santa salmantina.
Este escenario estadístico demuestra que el católico no practicante es una especie de lo más extendida en nuestro país. Además, esta devoción multitudinaria choca frontalmente con la realidad que experimenta la práctica religiosa el resto del año. Las cifras más recientes de la Conferencia Episcopal muestran que sólo unos 8,2 millones de personas acuden con frecuencia a misa, menos de la mitad de los nacidos son bautizados y apenas el 19% de los matrimonios se celebran por la Iglesia.
Cada uno ejerce su fe o practica su devoción por un cristo o una virgen de la forma que mejor le venga, pero es de lo más curioso cómo nuestro fervor religioso no tiene un movimiento regular, sino que va por picos como la Semana Santa o aquellos que solo rezan cuando necesitan algo importante por lo que pedir. Desde mi experiencia en colegios de curas y monjas creo que lo de la fe es como la llama de un mechero o como el fuego de una cocina, se regula al mínimo cuando uno quiere o se pone a todo gas cuando más se necesita. Pero el caso es que no se apaga del todo nunca.
El caso es que la Semana Santa para los creyente o no creyentes en Salamanca es una auténtica gozada debido a que la ciudad durante unos siete días se reactiva económicamente con turismo, hostelería y dinero moviéndose por las calles. Este año no se han registrado los mejores números por la lluvia de cancelaciones, pero no llueve eternamente y las cajas récord en la hostelería llegarán más pronto que tarde en próximos años y más todavía con el famoso cambio climático: lloverá en verano, pero no en primavera para gozo de cofrades, penitentes, nazarenos y portadoras de mantillas.
Evidentemente, Salamanca en Semana Santa no tiene el cartel de Sevilla o Málaga, pero también supone un atractivo turístico el ver sus majestuosos pasos por unas calles llenas de historia.
Lo que debe seguir haciendo la ciudad es apostar por la Semana Santa como reclamo turístico de excepción y continuar promocionando esta actividad que congrega a miles de personas en las calles. Y por lo de celebrar una muerte tampoco hay que obsesionarse que el día de Villalar se celebra una derrota y el próximo lunes de aguas ya ni les digo.
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