Secciones
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Qué difícil es llegar vivo a casa después de un día en este país. Es una cruzada ir esquivando peligros y colectivos enfurecidos. Es heroico poder entrar en casa y decir aquello de 'hogar, dulce hogar', después de haber estado en el alambre durante toda la jornada.
Arrancar el coche a primera hora de la mañana para ir a trabajar ya es el primer campo de minas. Que si contaminas, que si los combustibles fósiles, que si que puñalada al planeta… No tengo un coche eléctrico, ni uno que se mueva como las nubes de los osos amorosos, por no tener suficientes puntos de recarga. No he salido del garaje y ya noto que mi cabeza es una diana.
Del trabajo ya ni hablamos. Soy periodista y, junto con mis compañeros, nos toca contar los desmanes del sanchismo. Es decir, como no le bailamos el agua, pues somos de la 'fachosfera' y demás.
Llegar a la hora de la comida intacto es una proeza en esta sociedad del buenismo en la que no se puede decir o hacer nada sin que salga un colectivo a crucificarte. Evidentemente, en la mesa y mantel uno es donde con más tribus se enemista. Los veganos, tanto los éticos como los dietéticos, ponen precio a mi cabeza viendo cómo consumo carne sin remordimiento. Otros colectivos como los defensores de las gallinas, los templarios de la dieta intermitente o los legionarios de la dieta keto ya movilizan sus tropas para atacar mi casa. Comer sin ofender a algún dietista de Instagram es una quimera. Me sobra algún kilo, pero tampoco hace falta que me hagan sentir como si me estuviera pasando el Código Penal por el arco del triunfo cada vez que me siento a la mesa.
Ya por la tarde, relajado en casa, enredando con el móvil te puedes meter en un jaleo casi sin pestañear como se te ocurra decir algo en redes sociales como Twitter. Si escribes un simple 'hola', declaras la guerra a los que son tan modernos que lo escriben sin 'h'. Y si vas de enrollado y pones un 'holi', el sector más conservador te responde que si te falta un veranillo.
Dejo el móvil y salgo a tirar la basura. Otro campo de minas. Cuando te acercas a los contenedores de colores notas las miradas de los talibanes del reciclaje que esperan atentos para ver cómo de grande es tu atentado contra el planeta. Una duda en el color de lo que vas a tirar puede marcar tu futuro en la urbanización. Los que vivimos al límite entre lo orgánico, el cartón o los plásticos perdemos años de vida cuando tiramos la basura.
A todo esto. De momento, estoy fuera del alcance de tiro de los antitabaco, ya que he dejado de fumar. Tampoco me ha llegado el momento de medir mis fuerzas en las fatídicas guerras que conlleva la paternidad. Los paladines contra el azúcar, las guardianas de la lactancia materna, la Liga de los niños sin pantalla o los que defienden que a Josefa la Cerda (Pepa Pig) se la cosifica suponen un desafío para toda persona que trae una vida a este mundo.
Al final del día, me meto en la cama exhausto. Me miro el cuerpo para ver si tengo algún disparo, arañazo o herida por arma blanca. ¿Qué fue de aquello de vive y deja vivir?
Antes de quedarme dormido busco un chaleco antibalas en oferta de mi talla. Lo pido en esa tienda de libros que ahora se ha convertido en el eje del mundo (Amazon).
A dormir, que mañana será otro día duro y quedan muchos colectivos a los que decepcionar.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.