Felicidad en pesetas
Si ya te bajas a Cádiz unos días, ves que se ha convertido en las Maldivas o en las Seychelles, pero de nevera y bocadillos
Los veranos siguen siendo los mismos hasta que el cambio climático diga lo contrario, pero más caros. El precio es lo único que cambia, ya que la ilusión por vivir la época estival sigue intacta, la sensación de placer de ver un atardecer en una piscina o en una playa con los niveles de relajación disparados no desaparece y la caña o el tinto de verano en bañador en un chiringuito sigue sentando el doble de mejor que en un 8 de octubre en tu casa.
Los veranos son diversión, pero también son nostalgia. Hay muchas posibilidades en la vida de una persona de que, en su top 10 de mejores instantes vitales, haya más de seis o siete que se produjeran en pantalón corto, en bici, sin horarios y con aspecto de conguito por un bronceado extremo, de esos que solo se conseguían veraneando. Ahora no se veranea, sino que se va uno de vacaciones unos días, que no es lo mismo.
Me ha tocado la fibra sensible una información de la edición de hoy de LA GACETA comparando las pesetas con el euro. Mis veranos inolvidables eran en pesetas y me iba de veraneo, mientras que ahora con el euro el verbo veranear ha desaparecido de mi diccionario y me conformo con aguantar el tipo con los precios disparados.
Es verdad que han pasado 23 años desde que dijimos adiós a las pesetas y que es lógico que los precios hayan crecido, como no era lo mismo comprar algo en los 70 que en los 90, pero es que ahora ir a hacer la compra, además de un coñazo soberano, es un deporte de riesgo. Cuando te dicen el precio final en la caja, un picador de hielo se clava en la espalda mientras que a cámara lenta sacas el móvil para pagar pensando qué demonios he comprado que se me ha ido de las manos.
Si ya te bajas a Cádiz unos días ves que se ha convertido en las Maldivas o en las Seychelles, pero de nevera y bocadillos. Antes aquello era salvaje y estaba virgen y ahora irte una semana sale más caro que un todo incluido en el Caribe. Es de locos, pero aceptamos, ya que hay algunos a los que nos hace perder sentido. Salivamos con el desayuno en el complejo Leo, nos ponemos ya inquietos en la cuesta de la media fanega, blasfemamos por el tráfico en Sevilla, antes de llegar a Jerez se bajan las ventanillas y el atún está ya pedido al pasar por Medina Sidonia.
El panorama es desolador. La cesta de la compra disparada, las vacaciones, por desgracia, un lujo para muchos hogares y llegamos a lo de la vivienda, donde el chiste se cuenta solo. En esa comparativa de la despedida de la peseta en 2002, aparece un piso en el Paseo de la Estación de cuatro habitaciones por 130.000 euros. Ahora eso no lo encuentras en esa zona y a ese precio ni aunque haya sido la sede de un asesino en serie y que los espíritus de todas sus víctimas tomen café juntos en el amplio y luminoso salón.
Por todo esto, uno ve la fiesta 'rave' en Salvatierra de Tormes y se plantea si los que de verdad saben vivir son estos europeos que se pillan su autocaravana y se vienen a un pueblo salmantino a desparramar. Lo harán durante unos días hasta que la Guardia Civil desaloje aquello por acampar sin permiso en una época en la que el riesgo de incendio es tal, que hasta respirar muy fuerte puede avivar un foco en algún monte de la provincia. A estos les importa poco el euro y su nivel de preocupaciones en comparación con el resto de los mortales es nulo. ¿Y si el verdadero paraíso está en la orilla del embalse de Santa Teresa?