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Cuando la Universidad le concede su medalla a un personaje polémico como el presidente de Colombia, Gustavo Pedro, a uno le entran las dudas. ¿Merece el dirigente populista de izquierdas ese reconocimiento por parte del Estudio salmantino?
El rectorado tiene claro que la medalla no premia tanto al político de turno como a un país que envía a miles de jóvenes a estudiar a Salamanca y con el que conviene mantener las mejores relaciones. Al fin y al cabo, son los colombianos los que han llevado a Petro al poder, con once millones de votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de mayo de 2022. Un dirigente al que sus paisanos quieren, como quedó demostrado por el recibimiento que los estudiantes le dieron el viernes en Salamanca.
Estamos ante un mandatario elegido democráticamente, y eso rebaja la influencia maléfica de un pasado de militancia en una organización terrorista. Porque Petro formó parte en su juventud del Movimiento 19 de Abril, la guerrilla urbana que en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado se dedicaba a organizar secuestros y asaltos a las instituciones colombianas con el fin de imponer un régimen socialista virado hacia el comunismo.
Otro aval para sustentar la legitimidad de la concesión de la medalla es que también el Ayuntamiento de Madrid, con el popular José Luis Martínez-Almeida al frente, le concedió la llave de oro de la Villa y Corte. Al fin y al cabo, se trata de agasajar a una nación más que a la figura concreta de su presidente.
Petro, por su parte, tuvo la delicadeza de no meterse en camisas de once varas durante su estancia en Salamanca, al contrario de lo que hizo antes de su llegada a España, con esas declaraciones sobre la lucha del pueblo colombiano contra el “yugo español”. Aquí habló del cambio climático, en términos propios del ecologismo radical, tan de moda en Europa, pero siempre respetuosos.
También podemos preguntarnos si España puede ir por ahí dando lecciones de democracia a los países hispanoamericanos que han emprendido una deriva hacia el populismo bolivariano. ¿Tenemos aquí unas elecciones más limpias y disfrutamos de un régimen de libertades y de separación de poderes mucho más avanzados que Colombia?
La respuesta no es sencilla, pero si nos atenemos a informes como el “índice de democracias del mundo” de The Economist, España ocupa el puesto 22 del mundo, con una nota de 8,07 sobre diez, mientras que Colombia se situaba en el escalón 53 con un 6,72. La diferencia es notable, pero en cuanto a limpieza de las elecciones, esa distancia se acorta: un 9,58 en nuestro país por un 9,17 para la nación sudamericana. Lo cierto es que los españoles no estamos para sacar pecho en ese terreno. Desde la llegada de Pedro Sánchez al poder, España ha bajado tres puestos en el ránking de las democracias (estábamos en el 19 al final del mandato de Mariano Rajoy), y los intentos de asalto al poder judicial por parte del Ejecutivo sanchista, unidos a las alianzas del Gobierno con comunistas y golpistas, ponen en duda la calidad democrática del régimen.
Así llegamos al punto caliente de la cuestión: ¿hasta qué punto son limpias las elecciones en España, cuando la portavoz del Ejecutivo es expedientada por utilizar las ruedas de prensa institucionales para hacer propaganda del Gobierno y atacar a la oposición? ¿Es lícito que el presidente Sánchez gaste a manos llenas el dinero que no tenemos para comprar voluntades, incluido el último anuncio de trenes y autobuses gratis para los jóvenes que tendrán que votar dos veces este año? Ahí lo dejo.
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