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No se asuste el personal que no saldrá de estas líneas Hannibal Lecter, ni hará falta que Jodie Foster inicie una investigación. Los renglones torcidos de hoy no son para la película de los noventa, ¡Dios mío cómo pasa el tiempo! No se trata de meter miedo en el cuerpo, para eso está el coronavirus y todo su entorno, así como vaya usted a saber qué intereses o capitales manipuladores que han generado esta angustia generalizada de consecuencias imprevisibles. Hoy es otro tipo de corderos o borregos y otros son los silencios que han de chozpar y balar en nuestro interior.

Entre los libros que caen en mis manos paso estos días las páginas de uno cuyo título me ha motivado a desgranar su interior y destriparlo con pasión: “Sonríe o Muere. La trampa del pensamiento positivo”. La autora, Barbara Ehrenreich no trata de hacer otra cosa si no motivar al lector a poner los pies en la tierra y en valor el sentido común. A llamarle al pan pan y al vino vino, dejándonos de vericuetos lingüísticos y jeroglíficos mentales para evadir y no afrontar.

Quizá sea esa somnolencia crítica, en la que nos están y estamos sumiendo, la que motive la proliferación de un número cada vez mayor de corderos silenciosos o cuando menos afónicos. Incapaces de emitir la más mínima expresión de queja, de lamento y mucho menos de protesta ante situaciones totalmente inadecuadas o cuando menos cuestionables. A día de hoy, es más universal la pandemia del aborregamiento humano generalizado que el de cualquier otra enfermedad conocida. A mí no solo no me hace gracia si no que me preocupa.

Parece que tenemos tanta prisa y tantas cosas que hacer, que no queda tiempo para pensar. Ni tampoco para valorar, saborear o disfrutar. Nos puede el negocio, el competir, el lograr o el alcanzar, a veces sin tener muy claro el qué, mucho menos el por qué, el para qué y no digamos el para quién. Normalmente la respuesta a estas preguntas la encontramos en nuestro ego, y es él precisamente, nuestro ego, quien nos impide tomar conciencia y responder de manera sensata y adecuada. Llegados a este punto nos encontramos con una sociedad y una clase política sordomuda según convenga. Y así podemos vivir situaciones tan curiosas como el silencio de los desaparecidos de Zaldibar o el de los motores de los tractores. Son solo dos ejemplos, hay más, es cuestión de buscarlos en esta especie de sopa de letras a modo de propuestas alocadas, planteamientos descabellados o vivencias inverosímiles con la que nos encontramos cada día. El libro que leo comienza con esta dedicatoria: “A los protestones del mundo entero: ¡que se os oiga!” Y yo añado, a veces hay que balar aún a riesgo de perder el bocado.

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