Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Estará usted conmigo en que esto de las investiduras fallidas, por desgracia, está dejando de ser una novedad. Convendrá también conmigo en que lo que antes era un trámite parlamentario después de las urnas, ahora se ha convertido en una suerte de ajustes de cuentas post electorales que condenan a nuestro país a un bucle absurdo. El último ejemplo ha sido el infame espectáculo protagonizado por Sánchez e Iglesias esta semana. Los dos han pretendido convencernos de que el futuro del país dependía de algo tan infantil como el juego de las sillas. En los últimos días nos han sometido a un rastrillo de ministerios y competencias dinamitado cada segundo por filtraciones interesadas y falsas renuncias, para hacer más creíble un acuerdo que ninguno de los dos quería alcanzar en este momento. La farsa ha permitido, además a Sánchez, evitar tener que explicar con luz y taquígrafos la oferta o los argumentos que han conseguido agradar los oídos de los dos caballos de Troya de esta investidura, ERC y Bildu.

Lo peor es que más allá de lo visto y oído estos días, nuestros irresponsables políticos nos llevan otra vez a la casilla de salida del 20 de diciembre de 2015. Ese día los españoles decidieron en las urnas enterrar las certidumbres que había arrojado hasta entonces el bipartidismo y que habían llevado a los dos grandes partidos a hacer sistémico el control de todas y cada una de las instituciones del Estado. La alternancia era también la consagración de algunos vicios políticos que acababan convirtiendo al partido gobernante en un maná de poder. El PP y el PSOE se repartieron sin pudor hasta ese momento la potestad nombrar a jueces, la de controlar los medios públicos de comunicación, la de nombrar a las cúpulas de las fuerzas de seguridad o la de premiar a las autonomías políticamente cercanas con más infraestructuras. Ese día, en teoría, terminaban 40 años de alternancia y los ciudadanos exigían, por primera vez, a los políticos de los dos grandes partidos que abrieran las ventanas para refrescar el sistema y, sobre todo, les pedían que aprendieran a conjugar el verbo pactar.

Si busca usted la foto de aquella noche electoral encontrará a los mismos líderes políticos de hoy, salvo a Mariano Rajoy, al que la moción de censura envió a su registro de la propiedad. El resto son los mismos y a día de hoy, por desgracia, parecen no haber entendido el mandato. Llevamos tres elecciones generales y una moción de censura en cuatro años. Y si septiembre no lo remedia volveremos a las urnas para repetir resultados otra vez.

Les propongo que si es así, volvamos entonces a hablar de las sillas. Pero con una diferencia. Si son incapaces de pactar deberían ser las suyas, las de Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias las que empiecen a estar en juego.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios