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Creo que ya no habrá más, que por este año salvo en algún curso de verano, las graduaciones han tocado a su fin. Hemos de reconocer que se han puesto de moda y se han convertido en una auténtica competición. No hay espacio educativo que se precie que no ponga en escena la graduación de sus estudiantes. Aquello que comenzó siendo un acto universitario ha alcanzado tal protagonismo que extendiéndose como enfermedad contagiosa alcanza cualquier etapa de la educación, incluida la guardería.

Me parece estupendo dinamizar, ser creativos, crear espacios de encuentro... pero no a costa de desvirtuar y devaluar y, mucho menos, vaciar de sentido actos que han de considerarse momentos especiales y que requieren de una seriedad y protocolo adecuados. Me temo que en ese deseo de normalización que pretendemos dar a muchas cosas, estamos cayendo en un relativismo cada vez más peligroso que genera un estado de confusión en el que todo vale y hace gracia. Al mundo universitario, al ámbito educativo, también ha llegado ese relativismo, la dejadez, la normalización de comportamientos y actitudes que podríamos considerar inadecuadas tanto por parte de algunos alumnos como por la de algunos docentes. Evidentemente no se puede generalizar pero creo que es necesario un cuestionamiento profundo y un replanteamiento serio del momento educativo que estamos viviendo. Nos jugamos mucho más que un título y una graduación. Más allá de fiestas y saraos varios están las vidas de todas y cada una de esas personas que han de afrontar su historia personal. Claro que a todos nos gusta ver en ese acto a esa persona que por razón de familia o amistad forma parte de nuestra vida, ahora bien, no convirtamos en cualquier cosa ese momento. Estamos dando más importancia a todo el montaje, parafernalia, andamiaje o como le queramos llamar que al significado auténtico y a la esencia de la graduación en sí. Eso sin entrar en detalles de vestimenta e interferencias varias, incluido el consabido y familiar sonido de los teléfonos móviles. Lo siento pero es mejorable el planteamiento de estas celebraciones. No podemos quedarnos en lo meramente comercial que, por desgracia, es lo que últimamente parece ser lo que más ocupa y preocupa, la imagen y el sonido, pero el sonido de los euros haciendo caja.

Alguien ha de poner cordura o al menos un poco de sensatez en el este mundo que nos toca vivir, es responsabilidad de todos. Invito a que nos tomemos un poco de tiempo para echar un vistazo alrededor y hacia nuestra propia vida, descubriremos grandes valores y grandes ridiculeces. Quizá la primera graduación tendría que ser la de nuestra mirada.

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