Borrar

De Gabriel y Galán a Louise Glück

Sábado, 10 de octubre 2020, 05:00

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cansado de transitar por los vericuetos de la política, se me antoja hacer un particular viaje al Parnaso, para celebrar los ciento cincuenta años del nacimiento en Frades de la Sierra de José María Gabriel y Galán -del que he leído todo-, y la concesión del Premio Nobel de Literatura a la poeta norteamericana, de ascendencia judía húngara, Louise Glück -de la que solo conozco lo que decían los periódicos de ayer-. Sin olvidar que acaba de recibir el Premio de la Crítica uno de los mejores poetas españoles, el salmantino Juan Antonio González Iglesias, profesor de filología latina en la Universidad de Salamanca.

¡Qué osadía!, dirán algunos. No tanta, porque en 1969 una americana hizo su tesis doctoral en la Universidad de Arizona sobre GyG. Y porque como todos los poetas, sea Nobel o solo posea flores naturales, ambos se refugian en las palabras para contemplar el mundo. Señala en ABC Diego Doncel, que ella eligió “la vida retirada del campo”, que no es novedad desde Horacio, y enaltece Fray Luis en La Flecha, en su célebre oda sobre quien “huye del mundanal ruido”. Dice que la premiada aspira a comprender el significado sentimental de un pájaro que canta en las ramas, unas violetas, o un pueblo con sus ciclos de vida y muerte. El poeta charro hizo algo semejante cuando escribió “trino de alondra que el vuelo/levanta, cantando al cielo.../canto llano de sonora/ codorniz madrugadora”; elogiando lo que la Naturaleza enseña, como “que se esconde, que no brilla/ la violeta pudorosa...”; o al señalar el crítico como temas centrales de Glück la estrecha relación entre padres e hijos, lo que recuerda no ya las virtudes de “El ama” sino el adiós desgarrado de sus progenitores : “Ya está solo el hogar. Mis patriarcas/uno en pos de otro del hogar salieron”.

Lo que defiendo es que hay que leer a la Nobel, pero sin dejar de hacerlo del gran Fray Luis o del modesto GyG, que está arraigado en el pueblo, cuando menos en el salmantino y en el extremeño. Creí que solo en los ancianos, que recitan de memoria “Mi vaquerillo”, o “El Cristu benditu”, pero me llevé una grata sorpresa peregrinando a Frades. Su amable alcalde, Andrés Pablo, dejó sus quehaceres para enseñarnos a mi amiga y periodista Celia Sánchez y a mí, los últimos retoques en la casa natal del poeta -que ya conocíamos-, conservada más que dignamente, con sus alcobas gemelas, su cocina de granito aldeana... Andrés fue, como tantos fradenses, alumno de Ezequiel Sánchez, un buen maestro (como aquel don Claudio Gómez al que se atribuye haber alumbrado la vena poética de GyG). Sirvió más de veinte años aquella escuela, y fue el padre de mi compañera de viaje, que rememora sentimentalmente su estancia en un pueblo que ama. La sorpresa es que el alcalde también se sabe poemas de GyG, y nos dice que siendo alumno en el Instituto de Salamanca de don Gonzalo Torrente Ballester, éste recomendaba leer a GyG. Uno piensa que si produjo cierto asombro y arrancó elogios hasta de Unamuno, y de Menéndez Pidal, por qué va a enterrarse su memoria.

Mi motivación personal se remonta familiarmente a los tiempos en que el padre del poeta, el amo Narciso, se acercaba a Mora de la Sierra, “cabalgando la yegua cuatralba, de rica sangre y buen andar, tan recia y noblota como su animoso jinete” -en versión de su biógrafo Fernando Íscar-, a jugar con mi bisabuelo al tresillo, pero llevando a la grupa al joven José María para que jugara con las hijas del prócer, la mayor mi abuela Pura.

Debemos leer a Aníbal Núñez, sin dejar de hacerlo de Meléndez Valdés. A Iglesias de la Casa, pero también a Antonio Colinas, por el que tengo conocida debilidad. Él ha señalado oportunamente un problema de la poesía actual, que a mí también me cuesta soportar: “Desolador es el prosaísmo de los últimos años, traído en brazos de un verso libre que no es sino prosa cortada caprichosamente”. Aunque no sea precisa ni la métrica ni la rima para dotar de lirismo a un poema. Resulta más poético un verso libre que otro medido con sus sílabas exactas, pero metidas con calzador.

No dejen de leer a nuestros poetas contemporáneos, y ahí están los delicados poemarios de Isabel Bernardo, Charo Ruano, Asunción Escribano, Julio de Manueles, Frayle, Ferreira, Paco Novelty y tantos otros -el parnasillo local está muy poblado-. Si pueden, escuchen a Sayagués recitar “El embargo”, como hizo magistralmente en el Casino en el reciente homenaje al poeta. Pero no olviden la entrañable sencillez de GyG, lo que él llamó coplas de una “vulgaridad estupenda”.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios