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No piense que el titular viene hoy con errata. Le voy a hablar del culto al cerdo a pesar de que todas las modas vayan hoy hacia otro culto, el del cuerpo. Le quiero dedicar este espacio a ese animal tan maltratado por el diccionario de sinónimos como adorado por el paladar. Lo hago porque estos días Salamanca ha sido capital del Ibérico, gracias al evento que ha reunido en la ciudad a toda una constelación de estrellas Michelin.

Hoy el cerdo es una ambrosía en las mejores mesas del mundo. Pero ayer fue también comida de pobres, sustento de clases medias y almuerzo de los trabajadores. El porcino ha sido transversal a todas las sociedades y a todos los tiempos. Ha resistido a crisis, pestes, hambrunas y ahora también supera a los hábitos más “healthy”. Ha inspirado párrafos del Lazarillo de Tormes y ha sido víctima de los espadazos de Sancho en las páginas de “El Quijote”. Y encima el cochino es tan generoso, que nos sigue poniendo al alcance de la boca sabores inigualables como el del jamón, el chorizo, el salchichón, el lomo, el solomillo, los callos, las costillas... No le cuento lo que echamos de menos, los que vivimos fuera, un plato de jeta y o un cacho de hornazo de vez en cuando. Y no sigo, porque dependiendo de la hora a la que usted esté degustando estas líneas, se les estarán empezando a activar todas las alarmas del estómago.

“Del cerdo, hasta los andares” dice el refrán. Pero hoy su valor va mucho más allá del sentido del gusto. De eso le vengo a hablar en esta segunda parte del artículo. El porcino es un patrimonio inigualable por mucho que nuestro presidente en funciones confunda las razas. Una fuente de riqueza que nos lleva a ser el tercer mayor exportador del mundo, a vender a China toneladas de carne y ahora también a exportar al gigante asiático los jamones con hueso. Si usted recorre los datos del sector encontrará muchos más brotes verdes en esta época de deslocalización de tantas industrias.

Y encima, de puertas adentro, el puerco nos ayuda a luchar contra dos de nuestros grandes enemigos: la despoblación y el desempleo. La dehesa es única e irrepetible. Otra de sus grandes ventajas frente al mercado oriental dispuesto a copiarlo todo. Y además genera puestos de trabajo de calidad en las zonas más despobladas, solo en esta provincia son 5.000. Si quiere usted seguir sumando virtudes piense en el inigualable gancho turístico que nos proporciona además su riqueza de sabores.

Así que benditos los foros que unen el nombre de esta tierra al de una animal tan espléndido. Ser capital del Ibérico puede ser un honor, pero también una inversión de futuro. Por eso hace bien Salamanca en apostar por el culto al cerdo.

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