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Desde hace tiempo nos vienen advirtiendo distintos especialistas y asociaciones como Ciudadanos por la Defensa del Patrimonio que hay un montón de edificios históricos salmantinos pidiendo ayuda. El abandono, las humedades, la vulnerabilidad de ciertos materiales con los que se construyeron como la famosa piedra de Villamayor, tan hermosa y al mismo tiempo tan vulnerable ante las lluvias, los excrementos de las palomas y otras aves, la vegetación y hasta el vandalismo de algunos de nuestros congéneres más zoquetes, han ido haciendo mella en ellos y aunque nos están lanzando sus habituales S.O.S. cuando caminamos a diario junto a ellos, pareciera que nos da pereza.

Quizás porque somos conscientes de que llevan en pie varios siglos y de que, desde luego nos sobrevivirán algunos más con mucha mejor pinta que todos y cada uno de nosotros, creamos que son perennes y eternos sin necesidad de defenderlos. O quizás porque como esos futbolistas multimillonarios, caprichos y malcriados que se ligaron a la top model en una fiesta, nos hemos malacostumbrado a esa espectacular belleza que nos regalan cotidianamente a diario sin advertir que deberíamos quererlos, apreciarlos y ocuparnos un poco más de ellos. Y nos equivocamos. Si de lejos nos deslumbran, observados más de cerca, nos enseñan sus cicatrices y heridas, la erosión paulatina de sus aristas y relieves, los tonos marrones que sobre ellos están provocando las manchas de humedad, los lamparones verdosos de líquenes y musgo que los cubren y hasta el arañazo del gilipollas que no se resiste a dejar inmortalizado su nombre y el de su novia dentro de un corazón.

Y como colofón de todo ello, la lentitud de reflejos de nuestras autoridades ante algo tan esencial para la ciudad, su indolente ceguera e indiferencia hacia todo aquello que a corto plazo no se rentabiliza en votos. Y esa tremenda capacidad para declinar responsabilidades y otorgándoselas a otros. Con lo predispuestos que están siempre para sumarse a las ideas más insólitas y peregrinas: increíbles ofertas hosteleras, delirantes promesas orientales, mediáticos saraos etílico-festivos, sus bailes de disfraces del Siglo de Oro y otras pintureras horteradas. Supongo que siguen creyendo que gracias a estas iniciativas, los turistas se acercan a Salamanca. Ojalá algún día abrieran los ojos y vieran lo que de verdad hace única, singular y diferente a Salamanca y se aplicaran con los cinco sentidos a cuidarlo y defenderlo. Sin duda, sería la mejor forma de promocionar Salamanca.

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