Algoritmos navideños
En nuestros días, los algoritmos rigen la toma de decisiones. De lo que se trata es de construirlos bien, apreciando todas las variables que influyan ... en cada caso sobre la elección, y de hacerlo en las debidas proporciones. Un algoritmo determina la publicidad que llega a nuestra pantalla en internet, que para eso ya inocularon en nuestro sistema las correspondientes cookies que informan a los proveedores sobre nuestros gustos o tendencias. También un algoritmo debe resolver qué restricciones deben adoptarse para controlar una pandemia, ponderando los riesgos y los beneficios que cada decisión implica.
Para que un algoritmo funcione bien debe incorporar, en su justa medida, todas las variables que entren en juego. Por ejemplo, la decisión de suspender ciertas actividades se adopta sobre la base de que así se reduce la transmisión, pero ese beneficio para la salud pública –esto es, para todos– no puede hacerse a costa del sacrificio de unos pocos, sino con el concurso de todos en los costes que ello implica. Dicho de forma más simple: lo que nos ahorramos en cañas lo tendremos que gastar en ayudas que vendrán de nuestros impuestos, y las Administraciones Públicas –en cada caso, la que sea competente– deberán gestionar bien los recursos.
Las fiestas venideras nos sitúan ante la necesidad de idear un nuevo algoritmo para las reuniones familiares. Sin embargo, el contexto no ayuda a racionalizar las decisiones. Se reducen las cifras de incidencia, pero siguen desorbitadas. Se anuncian las ansiadas vacunas, pero aún tardarán semanas en aplicarse y sólo a los grupos de más riesgo. Sin quererlo –o queriéndolo, porque estamos hartos de malas noticias–, comenzamos a olvidar que el virus ignora los parentescos; que padres, hijos o hermanos que no conviven son mutuos extraños a efectos epidemiológicos. El optimismo puede llevar a nuestros gobernantes a adoptar decisiones erróneas, como si de una competición por las libertades se tratase, inspirándose más en aquel viejo anuncio de turrón que nos animaba a volver a casa por Navidad que en la crudeza de los datos objetivos.
Las emociones están reñidas con las ecuaciones. Por el bien de todos, construyamos nuestro propio algoritmo navideño. No demoremos la salida del túnel. No traslademos la cuesta de enero a los hospitales.
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