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Adioses tristes y una llegada alegre

Viernes, 17 de diciembre 2021, 21:52

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COMO siempre, este año se han ido muchas personas, con la nómina usual de famosos. Pero aquí no me refiero a Manolo Santana, Verónica Forqué o el mejicano Vicente Fernández, por citar los últimos. Pienso en los miles de muertos por el coronavirus, algunos más importantes para nosotros que los notables como deportistas, actores o cantantes. Ni siquiera hemos podido velarlos, asistir al funeral, porque para evitar contagios cerraron el tanatorio, los llevaron a un palacio de hielo y al crematorio. Se despidieron de este valle de lágrimas a la francesa, sans adieu. ¿Cuántos ha sufrido usted, amigo lector? No participo en tan triste competición, pero yo muchos, demasiados.

Los adioses son siempre dolorosos. Ojalá fueran como el de la vaca “Cordera” - del famoso cuento de Clarín -, el pequeño tesoro familiar camino del matadero, con las lágrimas de Pinín y Rosa. Y duelen - aunque no sea el definitivo -, como en “La despedida”, del vitoriano - licenciado en nuestra Universidad, íntimo de Carmiña Martín Gaite -, Ignacio Aldecoa, cuentista excepcional, que conmueve describiendo la despedida, por causa de enfermedad, de una inseparable pareja de ancianos. De aquella época de penosa emigración – y un incierto regreso -, es el bolero flamenco de Juanito Valderrama, que se encomienda a la Macarena mientras canta “adiós mi España querida, dentro de mi alma te llevo metida”. También en la historia musical de mis recuerdos, está la época de moda de las rancheras – entonces Aceves Mejía -, con amoríos que solían acabar mal, porque ella decía ya no te quiero, él le pedía “el último brindis de un bohemio con una reina”, y tras confesar que “me pienso seriamente emborrachar”, se cogía una curda monumental. Vino después “al partir, un beso y un adiós...” de Nino Bravo, una de las canciones más bellas y reproducidas (cincuenta millones). Cuando uno todavía echaba noches al flamenquito, se pedía frecuentemente la sevillana “Un pañuelo de silencio a la hora de partir”, porque cuando un amigo se va, efectivamente “algo se muere en el alma”, y de ahí la plegaria del estribillo, “no te vayas todavía, no te vayas por favor, que, hasta la guitarra mía, llora cuando dice adiós”. Pero me da la impresión de que los jóvenes no conocen más que “y digo adiós, adiós, cierro la maleta y pido un taxi para la estación”, del infiel y promiscuo Joaquín Sabina, que confiesa con frialdad que “al día siguiente dejo el hueco de mi huida en tu colchón”.

“Dicen que no son tristes las despedidas. Dile a quien te lo diga que se despida”. Ya está bien de adioses. Es tiempo de Navidad, y nos va a nacer el Niño Dios. Alegrémonos. Felices fiestas.

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