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Acoso a un estadista: Martín Villa

Sábado, 5 de septiembre 2020, 05:00

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Ayer escuché a un octogenario y emocionado abuelo, Rodolfo Martín Villa -antaño una roca, “el tanque”, 40 pulsaciones-, decirle a Carlos Herrera (COPE), que le iba a regalar a sus nietos la columna de ABC firmada por él. Le califica como “uno de los actores esenciales de la gran reconciliación española”. Sucede que una jueza argentina (Servini), alentada desde España por un juez condenado por prevaricador (Garzón), una fiscal general reprobada en tres ocasiones por el Congreso como ministra de Injusticia (Dolores Delgado), y una víbora que quiere sencillamente demoler España (Pablo Iglesias), se arroga la competencia para perseguir supuestos genocidas españoles. Según ellos, la modélica Transición Española de la dictadura a la democracia, elogiada en todo el mundo, fue por tanto “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad” (Real Academia). En suma, Martín Villa, ministro en varios gobiernos de aquel tránsito, en la durísima cartera de Interior, uno de los exterminadores (¡).

Después de más de cuarenta años de aquellos sucesos, de los hechos imputados, y seis de espera a la jueza, Martín Villa -que dice expresivamente estar en la “arqueología política”-, declaró ayer durante cinco horas por vídeo-conferencia. Baste reproducir lo siguiente, que nadie ignora : “Si algo no pudo haber en la transición fue genocidio, porque fue todo lo contrario”. Ustedes la vivieron esperanzados, colaboraron apoyando la Ley de Reforma Política, a la Corona como motor del cambio, y a Adolfo Suárez, en su empeño -logrado entre todos-, de hacer posible la concordia. En fin, refrendando nuestra Constitución -el “régimen” de 1978-, el objetivo a demoler para quienes están en la discordia y en hacer de España un montón de escombros.

¿Qué vida lleva un ministro del Interior? Ahora es más plácida. En los años de plomo, con ETA, GRAPO y otras organizaciones terroristas pegando tiros en la nuca o explotando artefactos mortales, Martín Villa llevaba en un bolsillo de su chaqueta una corbata negra, para cambiarla por la de color cuando tenía que acudir urgentemente al entierro de una víctima, que solía ser miembro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad. Una noche de noviembre de 1977, Sánchez Terán y yo -diputados de UCD-, nos quedamos sin ganas de seguir cenando en el hotel “Las Batuecas”, mientras Rodolfo -que venía de las Hurdes-, doblaba la servilleta y su chófer enfilaba raudo Pamplona, de donde le llamaron comunicándole el asesinato del comandante Imaz, de la Policía Nacional. Años más tarde, él, vicepresidente de Calvo Sotelo, y Jaime Lamo de Espinosa, ministro adjunto, compartimos en Moncloa el edificio conocido como “Semillas selectas”, coincidiendo tres salmantinos, los dos secretarios generales (el suyo Juan Junqueras, hijo de gobernador civil de Salamanca de los 40, y yo con Jaime), más el amigo Luis Cuesta Jimeno (ex jefe local del SEU y ex gobernador de Ávila). Evoco también sus sabios consejos, en su despacho madrileño de Cellophane Española, cuando me tentaron para que regresara a la política. Aunque los inolvidables son, mucho después, aquellos tres días de convivencia en Roma (con los Oreja, los Lledó, él y Maripi), amparando a Olegario González de Cardedal en la entrega por su amigo el Papa Ratzinger, del primer Nobel de Teología.

El acoso innoble, sectario, a Rodolfo, no solo no va a lograr sus objetivos, sino que ha servido para que le apoyen públicamente los cuatro ex presidentes del Gobierno vivos (sí, también Felipe González y Zapatero), muchísimas y prestigiosas personalidades de todos los campos. La última publicada me la ha remitido el que fue líder comunista salmantino en la clandestinidad. La firma Antonio Gutiérrez, ex secretario de Comisiones Obreras, y se titula “Ahora sí que doy las gracias a Martín Villa”, porque “siendo ministro evitase la violencia siempre que pudo y viniese de donde viniese” (cesó a su torturador; y en los sucesos de Vitoria que se le imputan, “no mandó disparar, sino templar”). Eso mismo hubieran firmado Carrillo, Marcelino Camacho, Simón Sánchez Montero... y otros bragados opositores amnistiados, frente a los necios líderes de la discordia - por decirlo en argentino “boludos”-, que hoy envenenan la difícil convivencia, y ensombrecen nuestro porvenir.

Tengo grabada la imagen de Rodolfo, solo en el banco azul, aguatando los envites del PSOE por una colleja que un guardia había propinado al desconocido diputado Jaime Blanco. Apareció Joaquín Garrigues, advirtió aquella soledad y, con su habitual elegancia, se sentó junto a Rodolfo, amparándolo. Con gesto análogo, modestamente, me sumo yo -como español agradecido y amigo-, a la defensa de la limpieza de un estadista, de los que hoy desgraciadamente carecemos.

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