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Unionistas
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1
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3
FC Barcelona
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Las Catedrales vieron por primera vez en su historia milenaria jugar al FC Barcelona en vivo y en directo. Y, sinceramente, por mucho que Cruyff impusiera la elegancia como estilo indiscutible para el conjunto azulgrana, la verdad es que, en la comparación tú a tú que se produjo este jueves, le ganaron por goleada con ese tono ocre que es una delicia mirar desde la otra orilla del Tormes. El Barça le devolvió el saludo con un extrañísimo verde aguamarina, que era un horror. Hasta en eso ha perdido el rumbo el conjunto azulgrana. Cuando el balón se puso en juego, la verdad que las dos torres pensarían que ese rumor grande de este deporte que tantas veces le llegó procedente de la carretera de Zamora, en las décadas gloriosas de los 70, los 80 y finalmente la de los 90, no era para tanto. El equipo de Xavi Hernández se había pasado durante ocho horas y media por la ciudad con una sonrisa de oreja a oreja, pero por dentro, cuando empezó a rodar el balón, demostró estar desmoronado. Las dos categorías de diferencia y los miles de millones de euros de diferencia, que la afición de Unionistas quiso explotar como nunca durante todo el choque con ese «¡odio eterno al fútbol moderno!» (y que, entre otras cosas, señala con el dedo el dopping económico de las famosísimas palancas), se diluyeron entre ese toque, toque pasado de moda y un Unionistas que en moral, como auguraron los gurús, goleó al equipo de Xavi Hernández.
Y lo pudo haber hecho en el marcador en la primera mitad, o al menos haberse ido ganado al descanso, si el equipo de Dani Ponz no hubiera adolecido de esa falta de pegada que viene arrastrando a lo largo y ancho de toda la temporada; porque el plan se lo sabía de memoria, el míster valenciano, que es un enfermo de la táctica y se ha bebido al Lazarillo, le plagió el libreto de la pasada final de Supercopa a Ancelotti: el equipo se recogió sobre el área con toda la tranquilidad del 5-3-2 a la espera de poder ganarle una a la espalda, por si no llegaban más, a la diezmada defensa azulgrana. No tuvo que esperar prácticamente nada: a los 80 segundos Losada se vistió de Vinicius y dejó retratados a los internacionales Alejandro Balde y Christensen y solo la mala puntería que le viene jugando tan malas pasadas esta temporada le privó de adelantar a cantar el gol de su vida.
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«¡Era esa!», bramaba el Reina Sofía, lamentándose de mala suerte (sin darle importancia al rival). Ferran pareció querer llevar el partido al guion que se presuponía encendiendo las quince locomotoras que lleva dentro (que son doce más que los trenes que tiene con Madrid toda Salamanca) pero el esfuerzo le acabó en bluf. Igual que ese detalle de De Jong en minutos en los que no pasó nada dentro del terreno de juego, pero que en la grada sirvieron para hinchar los pulmones del Fondo Oeste hasta parecer el Sudtribune de Dortumnd, que es el fondo más bestial de Europa con sus 25.000 espectadores. La charrada contuvo la respiración hasta que a los 31 minutos se detonó con la fuerza de la bomba nuclear para gritar el «Gooool» más grande cantado jamás en el Reina Sofía. La onda expansiva cubrió no solo estos barrios de La Vega y San José, sino toda Salamanca. El salmantino Álvaro Gómez fue el encargado de marcarlo con todo el cuerpo en una acción de Champions de Juan Serrano, que siendo el más bajito dentro del terreno de juego fue, sin duda, el jugador más grande del partido. Brillante en todas las decisiones que tomó entre líneas.
Los 14 minutos siguientes fueron los más felices de la historia del club. Sin duda. La gente aquí ante el 1-0 no se frota los ojos, se abraza y pide más. Y como a ellos se debe el equipo, los once de campo quisieron creerse ahora de verdad el Real Madrid del domingo y empezó a hurgar en la herida defensiva que Xavi tiene, sobre todo, por el costado izquierdo. Rastrojo picó a la espalda de la defensa hasta que a los 43 minutos encontró ese agujero negro que sabía que le iban a dejar para tener la suya. El remate fue de Primerísima División, y la parada de Iñaki Peña en la escuadra también. El córner se celebró como un segundo tanto… Que acabó siendo, de manera desgraciada, en la portería contraria. El equipo de Ponz no había querido mirar el reloj y subió al remate como si se jugara la misma vida. El Barça, que no es el Rayo Majadahonda, le aceptó el órdago y se lo ganó a base de lo que tiene, una calidad que aunque está adormecida, ahí está. Joao Félix con un giro de tobillo maravilloso sin llegar a apoyar el pie recogió de una el balón repelido desde la frontal, y dejó solo a Ferran camino del tanto del empate blaugrana. Iván Martínez retrocedió de manera angustiosa para nada hasta su área. El '7' blaugrana la mandó a la red muy pegadita a la cepa de su poste derecho como si estuviera en un entrenamiento jugando a ponerla exactamente ahí.
Fue una verdadera chaladura escuchar a la peña decir en el entre tiempo que qué pena el 1-1. Como el «¡vaaaamos!», arrastrando la «a» cuando los jugadores volvieron de vestuarios. Pero el choque ya no iba a ser igual, como parecía lógico; sin ningún destello el Barcelona tuvo que tirar de Pedri, Lewandowski y Gündogan para solucionar en el nuevo lío que se había metido por sus propios deméritos. Aunque luego fueran los que ya estaban dentro los que solventaron la eliminatoria: primero Koundé, con un zapatazo desde la frontal a falta de 21 minutos para el final y, para acabar, Balde con una obra de arte en ataque (en estas latitudes sí es el de la temporada pasada), en el minuto 73. Al Reina Sofía le acabó importando todo un bledo, el resultado, la derrota y, como ya había dejado dichio, quién estuviera en frente. En el triple cambio de Xavi se atrevió a cantar «míralos, como se acojonan» y olés como los de La Glorieta con la eliminatoria perdida. ¿Quién se lo iba impedir? Unionistas acababa de cerrar la página más brillante de sus diez años de vida; sobre todo, entre los minutos 31 y 45, en los que, no nos olvidemos nunca, fue ganando 1-0 a un equipo con cinco Champions League. Qué pasada.
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