El fuego también destruye nuestros ríos
Si no eran suficientes los problemas que sufren, ahora se suma un nuevo agresor silencioso
Javier de Cabo
Salamanca
Domingo, 24 de agosto 2025, 20:38
Los incendios forestales vuelven a golpear con fuerza en España. En lo que va de verano, el fuego ha devorado miles de hectáreas de bosques y matorrales, dejando tras de sí un paisaje desolador. Pero la pérdida visible es solo una parte del problema: lo que arde también afecta a lo invisible, comprometiendo la salud de nuestros arroyos, ríos y aguas embalsadas.
Si no teníamos bastante con la contaminación diaria, el furtivismo, la proliferación de especies invasoras o el avance imparable del cambio climático, ahora se suma un agresor que, incluso tras ser sofocado, continúa dejando secuelas: el fuego, un enemigo implacable.
Aunque se trata de un fenómeno antiguo, su virulencia y frecuencia actuales lo convierten en una amenaza que no se extingue con sus llamas. Incluso apagado, sigue actuando como un agresor persistente durante años. No deberían olvidarlo quienes nos gobiernan, ni debemos olvidarlo nosotros.
Cuando una gran extensión de montaña y su vegetación es pasto de las llamas, el suelo queda desnudo, desprotegido, sin raíces que sujeten la tierra. Las primeras lluvias provocan escorrentías que arrastran toneladas de cenizas y tierra ladera abajo. La biodiversidad sufre un golpe casi irreversible: mueren insectos, pequeños y grandes mamíferos, aves y plantas.
Toda la carga de cenizas y materia orgánica que ha provocado el fuego finalmente llega al agua de nuestros ríos.
El resultado de la carga de ceniza y materia orgánica es una contaminación silenciosa: aguas más turbias, más calientes, con menor cantidad de oxígeno y un exceso de nutrientes que favorece la proliferación de algas y altera su equilibrio ecológico.
Los ecosistemas fluviales y su hábitat, ya de por sí frágiles, se degradan y los peces mueren.
El fuego no solo arrasa lo que vemos en la superficie de la tierra, también transforma lo que no vemos: la dinámica de los ríos, la calidad del agua y la estabilidad del suelo. La pérdida de vegetación de ribera cambia la morfología de los cauces y aumenta el riesgo de avenidas e inundaciones repentinas.
En definitiva, los incendios forestales no terminan con las llamas. Sus consecuencias se prolongan en el tiempo, marcan profundas cicatrices y nos recuerdan que la lucha contra ellos es también una lucha por proteger la vida que no vemos y que late en el agua.