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Miguel López está convencido de que lo suyo es un don que se tiene o no se tiene y que luego, además, hay que trabajarlo para perfeccionarlo.
Todo empezó hace 40 años cuando él tenía 23, iban en casa a hacer un sondeo y vio trabajar a un zahorí de su pueblo, de Lagunilla. Miguel reconoce que quedó impresionado. «He visto a bastantes pero como Isidro, casi ninguno. No fallaba nunca», explica. Fue a partir de ahí cuando se aficionó.
Enseguida se dio cuenta de que, a diferencia de otros zahoríes, él no necesitaba la ayuda de las varillas o del péndulo para detectar las corrientes de agua, que con la mente le bastaba. Y lo mismo descubrió más adelante que le ocurría a su hija Lara, que ahora trabaja con él. «Tendría la niña 13-14 años, me acompañaba a trabajar y un día me dijo 'papá, veo correr agua debajo de la tierra'. Ahora trabajamos los dos juntos».
El porcentaje de aciertos de ambos los sitúa entre un 90 y un 95 % y su método de trabajo lo describe como de lo más sencillo. No se da ninguna importancia. Cuenta Miguel que cuando llega a la parcela o a la finca lo que hace es bajar del coche y lo que tarda en fijar dónde hacer el pozo es el tiempo que emplea en recorrer la distancia entre el vehículo y el lugar al que le lleva la intuición.
«Esto es como saber dónde están las cosas en una cocina: sabes dónde y simplemente vas a buscarlas. Aquí es lo mismo: es ver la tierra y ya sé hacia dónde tengo que ir». Una vez en el lugar donde «ve» las corrientes de agua, su mente vuelve a trabajar y lo que hace, antes de decirle a quien le ha contratado que es ahí donde tiene que hacer el sondeo, es confirmarlo con el péndulo. «Me da más garantías», señala. «Si una vez allí el péndulo se mueve poco, ya veo que algo falla, pero no suele pasar», dice, «suele coincidir». «La mente me da más garantías que las varillas, que a veces se caen si en el terreno hay humedad», explica.
Su mente mantiene que siempre está activa para ver esas corrientes. «Me lleva al sitio la intuición y lo que me puede pasar algún día es que esté menos concentrado y tarde un poco más. También si el terreno es de granito, cuesta más, pero, al final, se da bien en todos los sitios», dice. Cuenta que a veces ocurre que hay que hacer el sondeo más profundo, y bajar más, como cuando en Ledesma le llamó un agricultor al que le había marcado un pozo porque descendió 140 metros y no salía nada. «Era zona de granito y lo que le dije fue que debería seguir. Me hizo caso y a los 170-175 metros encontró muy buen caudal. Ahora volveremos a ir allí para buscar otro».
De trabajo estos meses son flojos. Lo intenso para los zahoríes está en primavera y, sobre todo, de verano. Este año Miguel y Lara lo que han hecho ha sido viajar poco fuera de la provincia, y el motivo lo ven en que llovió más que el año pasado en la mayoría de España. También que no le han coincidido a la vez varios trabajos en el tiempo en otra comunidad, salvo en Aragón, donde han ido tres veces a Zaragoza y Teruel. «Si tienes varios encargos, te merece la pena. Si no es así, no compensa hacer 2.000 kilómetros y estar 2 ó 3 días fuera», explica. «Nos han llamado pero no ha coincidido».
A Miguel le han requerido hasta para casas, por si veía corrientes debajo, para evitarlas. Mantiene que desde un piso de un bloque también es capaz de ver las corrientes con la mente. «Duermes en una habitación con corriente y te roba la energía». Mantiene que este don le acompaña cada día pero que no es algo que le moleste, que está habituado.
Zahoríes quedan en España, pero cada vez son menos. Dice que en parte es porque el trabajo le da para cubrir gastos, poco más. Miguel lo que tiene son olivos y es en la agricultura en lo que se apoya económicamente.
De sus antepasados no recuerda que ninguno fuera zahorí pero ahora en su familia hay zahoríes para tiempo.
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