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Javier Cuesta es uno de los agricultores más conocidos en Salamanca. Con una explotación en Topas junto a sus hermanos, este año apuestan por el girasol y el trigo. Sembraron remolacha en otras campañas, pero, explica: «Es un cultivo en el que el azúcar ha bajado tanto, que no nos es rentable». En cuanto al maíz, que era otro de los fijos, comenta que puede obtener una media de 15.000 kilos de producción, y que «entre gastos energéticos, abonos, herbicida, cosechadora o trabajos de maquinaria, me puedo ir a 2.500 euros, y para quedarme con 500, no me merece la pena adelantar y arriesgar tanto. Y si sembramos girasol, la tierra queda lista para poner detrás un trigo con poco gasto de herbicida. En cambio, con un maíz puede pasar que venga la otoñada con mucha agua y se pierda un año».
«Todo el tema —continúa— está en el coste energético que tengas y los abonos». La explotación cuenta con 1.000 hectáreas bajo pívot de regadío, de las cuales sembrarán 350 de girasol y el resto de trigo.
Descartaron también la colza: «La tuvimos sembrada tres años y, al final, gastabas mucho dinero en herbicidas, fungicidas (...) Además, es un mercado muy limitado, con un mes para la recolección, porque las extractoras cambian al girasol y te tienes que entregar».
Está la PAC, pero Javier no la ve como una solución para la agricultura: «Se hablaba antiguamente de que era un 30 %, y ahora la PAC es muy poca. Ahora una explotación tiene que ser rentable sin la PAC, y quien busque la PAC para ser viable, desaparece pronto». En este sentido, advierte que la PAC «es una ayuda, pero tenemos muchas condiciones» y «todos los años la van rebajando». «La PAC —señala— no es la solución de la agricultura».
¿Cuál es? Javier augura que, en 10 años, «el cambio generacional, los costes, el cambio climático... todo tiene que dar una vuelta muy grande, y van a desaparecer muchos. Van a quedar, me da la sensación, explotaciones muy bien dimensionadas, de regadío. Las explotaciones pequeñas, de 2 hectáreas aquí y 5 allí, lo van a pasar muy mal», señala.
En su caso, una de las decisiones que adoptaron en la explotación para ganar en rentabilidad fue suprimir maquinaria. Fue en 2015, recuerda, cuando pasaron «de golpe» 500 hectáreas a regadío. «Teníamos tres empleados y avanzaban más haciendo averías que los demás arreglando». Ahora contratan empresas de servicios. «De aquí a 10 años, ¿qué va a pasar? —se pregunta— Como la maquinaria vale tanto, no va a haber agricultura para tantas empresas de servicios que puedan pagar los costes, porque las averías valen mucho dinero», señala.
A Javier Cuesta, si algo reconoce que no le duele, es cambiar. Tenían ganado y lo quitaron. «Necesitábamos más apoyo en regadío, hacíamos ciclo cerrado y hacía falta gente. No me costó desprenderme».
También admite que, pese a venir de una familia de agricultores y ganaderos, no se aferra al campo. «En mi zona hay un proyecto de hidrógeno verde y a mí me coge bastantes hectáreas», señala. También reconoce que «fondos de inversión quieren plantar pistachos y quieren toda la explotación. Estamos en negociaciones», anunció. «Si me cuaja, yo no tengo ningún problema en desprenderme. Si hemos crecido en la empresa, es porque hemos tenido claro que un negocio es un negocio, y es cuando funciona». Ahora también están en hostelería: «Fue un poco de rebote, pero cuando te metes en un proyecto hay que intentar hacerlo bien», explica.
En relación con la agricultura, cree que el momento es «malo», en parte porque «la maquinaria y los aperos valen mucho dinero». «Ves gente joven que tiene muy poco propio, hay que producir, y no hace falta tanta maquinaria para producir (...) De la maquinaria luego te llegan las cuotas, y esas hacen que el agricultor tenga que salir a vender. ¿A cómo? A lo que esté, porque tiene que hacer caja».
En cuanto a la cosecha, la ve «bastante bien», a la espera de lo que ocurra en mayo. «Por estas zonas nuestras, llueve hasta San Isidro; luego, lo mismo se levantan las aguas, y a lo mejor vienen calores fuertes por el 13 de junio, y es cuando lo arrebata todo». Señala que, a estos precios, el agricultor se salva «si hablamos de 4.000 kilos de producción por hectárea. Si son 2.500 o 3.000, estás sacando para gastos».
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