«Cuando llega agosto siempre dejamos el tractor preparado por si hay un fuego»
Eduardo Martín ayudó a apagar el incendio más grande del verano de Salamanca en su zona junto a otros voluntarios: «Era imposible de parar: murió en el embalse»
¿Por qué los vecinos de los pueblos salieron enseguida a apagar fuegos? ¿Por qué arriesgaron sus vidas? Eduardo Martín, uno de esos cientos de ganaderos voluntarios que salieron a ayudar, lo tiene muy claro: «Creo que es algo innato, algo que siempre se ha vivido en el campo, lo que hemos visto en nuestros padres y abuelos. Al incendio sabemos que tenemos que acudir todos. En Vitigudino, por ejemplo, repicaron las campanas para que la gente acudiera. Y en ese momento, se acude y punto».
En su caso era viernes, dos de la tarde, y les avisan de que hay fuego en Cipérez, que ha sido el más grande de este verano en Salamanca, con 11.000 hectáreas quemadas. Recuerda que inmediatamente su hermano Alberto y él salieron a por los tractores para ayudar a frenarlo. No tardaron nada. «Nosotros cuando llega agosto siempre dejamos los tractores preparados por si hay fuego», dice, y explica que los guardan con la grada puesta para hacer cortafuegos o con la cuba llena de 15.000 litros de agua «y siempre -señala- con el depósito lleno». «A mediados es cuando se revuelve el tiempo, siempre hay alguna tormenta y siempre hay probabilidad de daños, por eso lo hacemos así». Habían terminado de sembrar y dejan los aperos siempre listos, por si acaso, «y más cómo estaba el año, con mucho pasto». Y ese por si acaso ocurrió.
Les avisan. Salen rápido hacia los tractores. Uno delante, otro detrás, hacia otro lugar donde enseguida aparecieron más voluntarios de otros pueblos. «Estábamos muy repartidos porque había fuego en muchos sitios. Nosotros a los bomberos ni los vimos». Y la gran dificultad llegó para comunicarse, incluso con su hermano porque es una zona de poca cobertura y era imposible hablar por el móvil. «Pudimos ir porque conocemos muy bien la zona.
Al salir, la gran dificultad estuvo en que no se podía comunicar con su hermano porque no hay apenas cobertura ni entonces, ni otros días. «Es una zona donde hay poca cobertura, el teléfono iba cero y era muy difícil orientarse. Son terrenos grandes y hay distintas fincas. Nosotros tiramos hacia el Cuartico y enseguida vimos que el frente que iba desde Espadaña hasta Becerril era imposible de parar: Becerril se quemó entera». Eduardo cuenta que vería sólo en Espadaña más de un centenar de voluntarios de los pueblos de alrededor, algunos con mascarillas, otros con paños húmedos. Ellos sacaron de casa cuatro «batefuegos», que son las palas que llevan retenes «y con eso se apaga muchísimo. Teníamos cuatro y perdimos una». Eduardo cuenta que iba la Guardia Civil cortando carreteras y que «lo que más corría por el viento no era el frente, sino las potricas. Son esas hojas ardiendo que saltan de los árboles por el viento e iban 80-90 metros por delante quemando». «Lo que hicimos fue tirar a salvar almacenes de paja», señala. Su hermano recargaba la cisterna en charcas «pero se tarda» y entraban en fincas como podían, rompiendo a veces candados con las herramientas del tractor.
Al final, asegura que el fuego se apagó porque «murió en el embalse de Almendra. Fue en esa dirección, por Villaseco de los Reyes, y eso nos salvó porque era imposible de apagar». Permanecieron ese día detrás de focos que quedaban hasta las 2 de la mañana «pero aún hay algún montón de estiércol que sigue ardiendo». Cuenta que el fuego luego se reactivó «cuatro o cinco veces» después y ya ahí, dice, «sí que había bomberos, llegaron hasta de Soria y de otras partes de Castilla y León. El día de Cipérez es verdad que también coincidió con otros fuegos».
Eduardo, después de lo vivido, tiene muy claro lo que haría para evitar situaciones como esta. Primero, mejorar las comunicaciones: «es mantener las cunetas limpias, carreteras y también tener buena cobertura. Sin buena cobertura tampoco puede haber ganaderos que quieran quedarse aquí».
Aboga, además, por la colaboración del agricultor y ganadero en tener siempre cortafuegos en las fincas y preparadas para situaciones como esta, «con medios para que podamos trabajar y ayudar».
En cuanto al monte, reconoce que una zona como la suya, Puertas-Espadaña, estaba «sucia» y explica que hay menos censo «desde la enfermedad de la EHE. Además llevamos dos años consecutivos buenos de pastos, con un otoño excepcional, un invierno sin frío y eso ayuda a que crezca mucho la hierba. Luego en las fincas de dehesa se cultivaba más y ahora, no, porque hay menos gente y crece carrasco o zarza». Ahí apunta también a las dificultades que encuentran para quitar zarzas. Considera fundamental ayudar a que haya en las fincas vacas y ovejas, porque aprovechan partes diferentes del monte, pero para eso, señala, tiene que ser rentable la ganadería también en años malos. «Es una zona con buenas fincas, que tenía buenos pastos, teníamos buen arbolado y es una pena que nos falte comunicación. También mano de obra. El futuro de la ganadería es complicado«, dice.
En su caso, perdió unas 50 hectáreas. La Junta de Castilla y León le envió ya forraje para el ganado y no quiere tampoco mirar mucho las ayudas porque «hay gente a la que se le han quemado los almacenes, el daño es mucho más que el mío y hay que darles prioridad». Da las gracias porque en su zona tienen agua gracias a Cabeza de Horno. «Si no fuera así, sería la ruina», dice. Lo que más le duele de ver así el paisaje es lo de las encinas. «Las ves consumir y .. El pasto es una pena pero se regenera pero una encina que cuesta 200 o 300 años en hacerse y verla desaparecer así...»