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Martes, 29 de septiembre 2020, 18:14
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La vida de José María sufrió un sobresalto cuando un sábado por la tarde notó síntomas de catarro, el domingo comenzó con fiebre -37,5/38- y malestar general y es el lunes cuando le hacen la prueba PCR. El jueves le confirman que ha dado positivo al COVID y le comunican que tiene que iniciar una cuarentena. Este ganadero que vive en Lumbrales pero que tiene explotación en Bermellar se encuentra entonces con que tiene 500 ovejas de leche para atender, 80 vacas y unas 100 hectáreas de terreno que necesita sembrar.
‘¿Cómo atendía a mis ovejas aislado? No tenía ya síntomas, me encontraba bien y no podía seguir en casa porque el ganado necesitaba que estuviera allí’, cuenta. Ahora mismo no hay acuerdo escrito que garantice que un ganadero puede ir de casa a la explotación y de su explotación a casa sin contacto, pero desde las organizaciones agrarias entienden como lógico este “permiso” para los ganaderos sin síntomas que se encuentran en esta situación. ‘¿A quién voy a contagiar si estoy 8 horas en el tractor?’, se preguntaba José María. Llamó a su organización agraria, COAG, le confirmaron desde la oficina que existía ese ‘acuerdo no escrito’ y el ganadero regresó a su explotación. Vivía aislado en su casa -recuerda que no iba ni al baño porque afortunadamente tiene una habitación con ducha en su granja- y muy pronto, al amanecer, se marchaba con la comida que le había dejado en la puerta de la habitación su mujer. De allí se iba a la explotación, de donde no regresaba hasta la noche. ‘Lo más duro era llegar a casa, ver que estaban allí los niños y no les podías besar ni tocar’, recuerda, ‘porque lo que es mi día a día tampoco cambia mucho: yo estoy ahora casi las mismas horas en la explotación’.
‘Tenía claro que no podía contagiar a nadie y también sabía que tenía que atender a mi ganado’, dice. Así permaneció 21 días. El final fue un alivio porque, por ejemplo, por fin sus hijos volvieron al colegio después de 30 días sin pisarlo y todos recuperaron su vida normal. Su mujer, los hijos, y los dos empleados de la finca dieron negativo a las pruebas PCR, lo que José María no se explica. Tampoco sabe cómo pudo contagiarse él porque durante el verano, con todo el ajetreo de la explotación, prácticamente apenas tuvo vida social en Lumbrales. Por lo que más se inclina es porque el contagio llegara por el círculo de amistades porque días antes de sentirse mal recibió en la explotación la visita de unos amigos y uno dio positivo días después.
El susto se lo llevó cuando recibió la llamada de una rastreadora, acusándole de haber estado en la gasolinera unas horas antes, lo que según aseguró José María no era cierto porque le traía un familiar el gasóil a casa o a la explotación, igual que le dejaba el resto de cosas que necesitaba.
‘Entonces firmé un papel por el que me hacía responsable si me salía del recorrido casa-trabajo, trabajo-casa’, explica. ‘Menos mal que pasó todo’.
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