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Abogado del diablo

Alberto Estella

Sábado, 26 de abril 2014, 06:45

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Han elevado a los altares a Fernando Macarro, alias Marcos Ana. Le han entregado el Premio de Castilla y León a los Valores Humanos, en un acto ¿de cobardía humana?. Uno no era aún abogado cuando Macarro se benefició de una amnistía franquista, y los progres iniciaron su proceso de beatificación. Y hoy ya no ejerzo, de modo que sólo me resta oponerme como un antipático intruso, a modo de abogado del diablo, como los que nombraba el Vaticano para objetar y exigir pruebas en los procesos de beatificación y santificación. ¿Cómo se han podido comer los miembros del Jurado los verdaderos motivos de sus 23 años en la cárcel?. Pues igual que el premiado se los tragó al escribir sus memorias, "Decidme como es un árbol". Padece una desmemoria selectiva. Orilla su participación, en el comienzo de nuestra guerra incivil, en Alcalá de Henares, en los asesinatos de un cura, un cartero y un agricultor. Fue condenado a muerte y se libró del pelotón (afortunadamente) por ser menor de edad. Al Gulag de sus amores comunistas nunca hubiera sobrevivido. La dictadura le conmutó la pena capital por cadena perpetua, y cumplió 23 años. Innecesario advertir que el funcionario y el labrador eran de derechas, y el cura fue uno de los ocho mil religiosos que asesinaron algunos "defensores de la República". Aquel muchacho nacido en una pedanía de Alconada, aunque ciertamente pagó sus culpas, ha sido distinguido a los noventa años por nuestra olvidadiza Comunidad, y un Jurado que se puso estupendo. Cuando supe que sucedía a Cáritas, Cruz Roja y al Banco de Alimentos (gigantes solidarios premiados en 2013), y que compartía el galardón con Paco Laína, presidente del gobierno en funciones durante el 23f, recordé el pastoril refrán, "no se deben mezclar churras con merinas, porque se jode el atajo". Durante la transición entonamos aquel "bienaventurados los fusilados y encarcelados por el franquismo", y olvidemos las checas, sacas, Paracuellos y tal y tal. El memorable esfuerzo colectivo de reconciliación, especialmente de las propias víctimas del franquismo, con sus hijos, fue pisoteado por Zapatero cuando desenterró a su abuelo y alentó la arqueología del rencor en los nietos.Lea el artículo completo en la edición impresa de LA GACETA

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