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El recorrido sinuoso que recorre la parte interna del muslo derecho de Diosleguarde sigue estremeciendo dos años después de que Caminante dinamitara su pierna en la anochecida de una tarde de verano en Cuéllar en 2022. Los toreros no enseñan sus cicatrices, aunque las lleven clavadas en el alma. La de Manuel estremeció al mundo entero. Fue uno de los percances más brutales de los últimos años. No fue solo dramática la cornada —en límites extremos— sino también la recuperación, angustiosa primero y titánica después. Más de un mes en el hospital, media docena de operaciones y seis meses más para volver a torear. Primero salvó la vida, después renació el torero. Si se echa la vista atrás da miedo solo recordar el drama, porque eso fue, un drama.
Cayó herido en plena racha de triunfos, apenas cuatro corridas de toros tras su exitosa alternativa. Este domingo se cumplen dos años y apenas tuvo recompensa en el ruedo —y eso es lo que da rabia—, a tanto dolor, a tanto sacrificio, a tanta entrega, a tanta constancia para volver a ponerse en el mismo sitio en busca de un sueño. Diosleguarde vuelve este domingo a torear a Cuéllar. La cita con Diosleguarde fue en el Enjoy! Multiusos que, dice, es donde pasa la mayor parte de su día a día. Casi su casa. Allí torea de salón y se pone a punto físicamente. Está fuerte y fibroso, mantiene enjuta su figura de torero, impactan los poderosos antebrazos y sobrecoge esa cicatriz del muslo que no enseña pero se ve como asoma poderosa debajo del pantalón.
Pese a todo, mantiene la cara risueña, con ella afronta la dificultad y planta cara a la insensibilidad de las empresas que no han hecho justicia con él. La Glorieta, la primera; Santander tampoco, ni siquiera Madrid... incluso Cuéllar que el año pasado le ninguneó tras entregarle la vida. Así. Literal. Allí vuelve... para saborear el triunfo que se ganó hace dos años (cuatro orejas) y que no disfrutó, porque entonces se debatía entre la vida y la muerte en la mesa de operaciones de aquella enfermería en la que la cirujana Marta Pérez hizo una de las faenas de su vida.
Primero, ¿cómo está físicamente?
—Bien, muy contento de estar toreando completamente recuperado y físicamente muy fuerte. Me he preparado mucho este invierno, toreando mucho de salón para estar así. A día de hoy puedo decir que estoy como estaba antes.
¿No quedó ningún tipo de secuela?
—Algo queda. La pierna se me sigue hinchando de vez en cuando, en la zona más alta, el abductor se me adormece un poco, pero no me impide torear. Lo del abductor me quedó como un punto de la lesión de la operación y se me hace como una bola. Y de vez en cuando, si la postura no es buena, se me duermen los gemelos. Y luego, tengo que seguir tomando la pastilla del anticoagulante de por vida, y mantener la media de comprensión en la pierna. Ahora ya me la pongo y me la quito, aunque siento que cuando la dejo mucho tiempo sin poner, al final del día, la pierna se inflama más. Me dijeron que eso era para dos años, así que a partir de ahora iremos viendo...
¿Qué fue del vestido grana y oro de aquella tarde?
—Lo tengo guardado. Lo arreglé para la tarde de la reaparición, y ahí está. No se qué haré con él, de momento está en el armario a la espera. No soy muy supersticioso, pero está claro que ya es un vestido con su historia y quiero conservarlo y tenerlo guardado. Si sale, y si me lo pongo alguna vez más, será alguna tarde especial y poco más.
¿Qué se le pasa por la cabeza cuando aparece el nombre de aquel Caminante de Cebada Gago?
—(Suspira, toma aire y respira. De repente cambia el tono que siempre es pausado, sereno y seguro en todas las respuestas) ¡Pufff! Muchas cosas. Me queda muy lejano, lo pensaba para mí mismo hace unos días. En aquellos momentos parecía que todo era imposible, que no avanzaba nada y hoy, verme como me veo y como estoy, apenas ni lo recuerdo. En mi día a día no me acuerdo y cuando escucho el nombre de Caminante o de Cuéllar, son inevitables esos recuerdos. Fueron momentos tan duros… pero a la vez tengo la alegría de saber, y haber vivido, que una persona y un torero siempre es capaz de sobreponerse a la máxima dificultad y seguir.
¿De qué han servido estos dos años?
—De crecer mucho. Como persona y como torero soy una persona distinta, más madura. Creo que todo lo que viene en la vida es por algo y para algo. Aquello me hizo aprender y crecer mucho. Saber un poco más, que esta profesión no es fácil, que todo lo que sucede en el ruedo es muy de verdad. Que cada vez que uno sale a la plaza es posible morir. Esto también me ha demostrado y me ha servido para ratificarme a mí mismo que yo quiero ser torero de verdad. Eso también lo vi.
¿Borró todos los recuerdos de aquel día o aquello queda grabado para siempre?
—Apenas lo recuerdo, ni me quiero acordar mucho, aunque es inevitable en momentos y circunstancias que se vengan a la memoria. Fue mucho lo que tuve que pasar, lo tengo superado y en el olvido. Como una anécdota para vivir y contar con los amigos, con la gente cercana que tanto me ha ayudado. Pero sobre todo lo que quiero es mirar hacia adelante y seguir.
Entiendo que lo más difícil de superar y de vencer será cuando uno monta la espada para entrar a matar un toro (el percance de Cuéllar surgió en ese momento de la suerte suprema)…
—Es verdad que una vez que pasó, cuando entrenaba, era lo que más me costaba de todo, cuando montaba la espada. Estaba muy inseguro al principio, incluso entrando a matar cuando entrenaba en el carro. Eso era normal. Gracias a Dios he trabajado mucho en ello y cada vez me acuerdo menos. Es algo que tengo superado. Estoy pinchando toros, pero también los pinchaba antes. Ahora cuando fallo se me acusa de eso, pero lo cierto es que cuando monto la espada me veo seguro, y se que los se matar. Por ejemplo, los toros del día de Arévalo, de este año, son de los que mejor he matado en mi vida. En Guijuelo, pinché, pero los pinchazos fueron arriba y cuando los maté fue también en su sitio.
¿Y eso cómo se supera?
—A base de entrenar mucho. Me ha ayudado mucho verme físicamente fuerte, de mucha tora (así llaman al toro de fibra en el que entrenan la suerte de matar), de mucho carro. A medida que fui matando toros, fui cogiendo seguridad.
¿Y eso (tener ahí esos recuerdos de manera imborrable) ayuda o es un lastre con el que lucha cada día?
—Hay momentos que me ayudan y me hacen tirar hacia adelante. Pienso, si he sido capaz de superar eso, me ha hecho más fuerte y pienso que todo lo que me preponga voy a ser capaz de superarlo. Si he sido capaz de salir de ese bache, puedo conseguir lo que preponga. Tengo fe plena en mí mismo, todo me hace ser más fuerte y me va a hacer lograr muchas cosas buenas.
¿Esperaba una recompensa mayor en todo este tiempo?
—Al final, uno siempre ve las cosas desde su perspectiva, y uno siempre espera más y más recompensa. Pero también se que la memoria en el toreo es efímera. Claro que esperaba una recompensa mayor, pero el camino es muy largo, tarde tras tarde hay que ir ganándose el siguiente contrato y abriendo puertas. Estoy en ese camino y, tarde más o tarde menos, se que la recompensa llegará.
Un percance así, ¿qué afecta más, física o anímicamente?
—Una va unida a la otra. Cuando ves que físicamente no puedes, anímicamente cuesta más porque no eres capaz de hacer lo que hacías antes o lo que quieres hacer. Eso afecta mucho psicológicamente. El ánimo va unido a tu estado físico. Todo tiene su camino, y todo sigue su curso. No seré el primero que ha vivido esto ni seré el último, cuando uno tiene ilusión y fe se consiguen las cosas. El toreo siempre me ha sacado de los momentos difíciles, incluso de este en el que vi tan cerca la muerte, y me ha hecho seguir, seguir creyendo y teniendo la ilusión por torear. Tener la ilusión por torear es lo que siempre me ha levantado el ánimo.
¿Qué fue lo más duro en este tiempo?
—Más que la cornada y todo lo que pasé, este es un trance que cualquier torero puede pasar, tal vez lo más duro fue no ver esa recompensa que esperaba en algunos sitios y, humildemente, pienso que merecía mi trayectoria como novillero y como torero. El primer año de matador, salí a hombros todos los días, y sí que me esperaba otra respuesta de algunas plazas, no te digo en todas, pero sí algunas. Se que yo me lo tengo que ir ganando todo tarde a tarde… En momentos, eso te quita la ilusión, pero es muy largo, soy consciente de que no es fácil, y me motiva. Cuando las cosas no son fáciles uno se da cuenta de que está en el camino correcto.
¿Se le paso por la cabeza abandonar en algún momento?
—¡No, en ningún momento! (contesta con rotundidad). Al contrario, cuanto menos han salido las cosas, más fuerte me han hecho. Por ejemplo, este año me dijeron y prometieron que iba a confirmar en SanIsidro, entrené mucho durante todo el invierno y, en el último momento, no pudo ser. Fue una gran desilusión. Esas cosas te frenan un poco, pero cuando pasan, entreno más si cabe para prepararme más y cuando tenga la mínima oportunidad dar un golpe más fuerte si se puede.
¿Merece la pena tanto esfuerzo y tanto sacrificio?
—Creo que sí. Yo no entiendo la vida sin el toro y sin torear. Es mi vida desde niño, si no me levanto y voy a entrenar, por la mañana y por las tardes, me falta algo. Cuando no toreo no me alimento, lo que siento en una plaza no lo siento en ningún otro lado: cuando en la plaza me salen las cosas bien, soy la persona más feliz, cuando salen mal, siempre aprendo algo nuevo. No entendería la vida sin el toro. Por eso, todo el esfuerzo que haga siempre merecerá la pena.
Después de un percance así, ¿cambia de alguna manera la mentalidad o la forma de afrontar cada tarde que se pone el vestido de torear?
—No, al final es la misma. Cada tarde hay que salir a la plaza a darlo todo, hay que jugarse la vida siempre. Puede parecer una frase hecha pero es literal. El toro entrega la suya y el torero también la tiene que entregar. Cada tarde que me pongo el traje de luces la mentalidad es de salir a la plaza con la máxima entrega y disposición para que se vea a un torero pleno, si no, no merecía la pena.
¿Qué supone volver a Cuéllar dos años después? ¿Cómo se prepara una corrida de toros así, hay algún cambio respecto al resto o qué tiene de especial y diferente?
—Ahora mismo las sensaciones son buenas. No altera nada de lo que siempre hago. Estoy tranquilo, muy ilusionado de volver a Cuéllar. Es más, te diría que es de las citas que este año más ilusión me hacen. Si esta pregunta me la haces el domingo por la mañana o esa tarde en el patio de caballos, las sensaciones seguro que no serán las mismas. Seguro que cuando esté allí se me van a remover muchas cosas, muchos sentimientos y emociones. La tarde va a ser bonita y ojalá salga bien y pueda saborear lo que no pude saborear hace dos años; y pueda salir de por la puerta grande.
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