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Morante de la Puebla recoge el trofeo de Juventud Taurina de Salamanca de manos de El Viti. ALMEIDA
Morante y El Viti: la reverencia más torera

Morante y El Viti: la reverencia más torera

Seis pasos de cada uno sirvieron para el encuentro de dos maestros en el Liceo. Pasado y presente del toreo

Jueves, 10 de febrero 2022, 21:09

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Salió entre las bambalinas por un lateral a la escena del teatro Liceo, pausado y lento. La torería inmarchitable de quien a sus 83 años peina la poderosa cabellera ensabanada de su leyenda a cuestas. Morante se lo encontró por sorpresa, pensando que el maestro aún estaba en el patio de butacas. Y, rápido, se levantó de su asiento en el que había impartido cátedra para, con celeridad, abrocharse el botón de la chaqueta, e ir al encuentro de Santiago Martín ‘El Viti’, que portaba en sus manos el trofeo con el que Juventud Taurina de Salamanca homenajeaba y distinguía al genio de La Puebla. Seis pasos de cada uno sirvieron para el encuentro de dos maestros. Pasado y presente del toreo. El público, que abarrotaba el Liceo, se rompía las manos a aplaudir. A la figura del momento que, esta vez con la palabra, había embelesado con su lección de toreo, y a quien tiene como su mayor orgullo. La ovación resultó estremecedora. La historia se entrelazaba con dos de sus mejores intérpretes.

Antes de que ambos llegaran a fundirse en un abrazo de complicidad que unía la leyenda viva. Pasado, presente y futuro. Morante guardó la distancia que marca la educación y el respeto. También de la admiración al maestro. Con la mano izquierda se tocó el pecho, inclinó ligeramente su cabeza y le hizo la reverencia al maestro en un par de segundos que parecieron durar toda una vida. El Viti le echó por el encima del hombro el brazo derecho y, casi, cogió en su regazo al único diestro que fue capaz de comprometerse y sacar al toreo de la pandemia. El quite oportuno cuando más lo necesitaba. La ovación no había quien la detuviera mientras, de fondo, la canción que José Luis del Serranito le compuso a Morante le ponía el sentimiento que brotaba a borbotones. Con ese mismo respeto, Morante se distanció ligeramente, sin quitarle la vista, y cediéndole todo el protagonismo, amparó con el antebrazo el trofeo, para dedicarle las mismas palmas que no cesaban de salir de las manos de El Viti. Los dos cara a cara.

Dos toreros unidos por el compromiso con el arte que les hizo grandes, que les aupó a la gloria de los elegidos, que sembraron la admiración y que hoy recogen la gloria de la grandeza de un espectáculo único, se volvían a fundir en un abrazo eterno. Las ovaciones se encadenaban sin descanso.

Sevilla y Salamanca. Sevilla, la ciudad que vio nacer a Morante, con la que vivió, y vive, un idilio de clamores y recelos, la que le hace sufrir y la que le venera, la que se ha rendido definitivamente tras la penúltima faena del 1 de octubre a Jarcio de Juan Pedro... esa Sevilla que admiró, idolatró, consintió e hizo suyo a El Viti. No solo por la faena al toro de Samuel Flores del 68, sino por tantas otras. Otro maestro, Barquerito, le ponía la guinda a esa relación de El Viti con la ciudad de La Maestranza: “es de la ciudades que más admiración tiene por El Viti”. Transmitida de generación en generación. Ahora un pedazo de Sevilla, en la figura de Morante, ha encontrado en Salamanca uno de los templos del morantismo. Aquí hizo historia el de La Puebla hace más de tres lustros una tarde mágica con los toros de El Pilar (2006); y aquí se ratificó para los restos en septiembre con la de Galache, en la que no hicieron falta ni los trofeos ni las orejas para robarle para siempre el corazón a los aficionados. De esa gloria de los públicos más veteranos, a la admiración bien ganada por las nuevas generaciones que la pasada semana, con el homenaje de Juventud Taurina de Salamanca, ha conquistado para siempre.

Salamanca y Sevilla; La Glorieta y La Maestranza. El Viti y Morante. La reverencia paulista del torero al maestro. Le hacía ilusión a Morante que allí estuviera El Viti. Y El Viti estuvo, porque siempre está donde tiene que estar. Y el jueves compareció donde faltaron tantos; aunque nadie les echara de menos. Morante le dio categoría a todo, puso su admiración por El Viti sobre el escenario; lo hizo con todo el orgullo del mundo. Se emocionó hablando a la sombra del terno blanco y oro, con el que El Viti tomó la alternativa hace casi 61 años; y acabó rendido y en brazos de uno de sus ídolos. Una reverencia genial, que dice tanto y que fue la mejor lección del respeto y la admiración entre dos toreros irrepetibles.

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