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Javier Castaño junto al traje de luces con el que tomó la alternativa.
Los veinte años de alternativa de Javier Castaño: un ejemplo de superación

Los veinte años de alternativa de Javier Castaño: un ejemplo de superación

Este jueves se celebra el vigésimo aniversario de su doctorado. Dos décadas en las que suma 338 corridas de toros que han convertido a Javier Castaño en uno de los protagonistas salmantinos del siglo XXI, ostentando unos números que solo superan los toreros de la edad del oro del toreo charro: El Viti, Capea y Robles

Jueves, 1 de abril 2021, 12:40

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La conversación la preside el terno blanco y plata con el que Javier Castaño tomó la alternativa hace veinte años en San Sebastián. Descansa sobre una silla de enea, en la que el propio Castaño recibió sentado a no pocos toros en las faenas de muleta. Al terno del doctorada le escoltan otros tres, el celeste de la memorable faena a un toro de Cuadri en La Maestranza o tarde histórica de los seis toros de Miura en Nimes; el azul marino de la inmensa faena a un toro de Carriquiri en San Isidro o su primera puerta grande en La Glorieta; y el blanco y oro de su memorable tarde en Sevilla, la tarde que reapareció recién curado del cáncer. Estos tres dice que los ha sacado sin pensar, pero resumen gran parte de su vida en los ruedos. Nos recibe en el salón de su casa. Tres cabezas de toros, uno de Pedraza de Salamanca, el de Cuadri de Sevilla y el Miura de la confirmación de Nimes copan las tres esquinas. Una pared está cubierta de manera plena por decenas y decenas de trofeos de las grandes ferias del circuito taurino. La subida de la escalera está repleta de fotografías. Viste con zapatos negros, pantalón azul marino y camisa de cuadros. Se le nota fino y enfibrado. Con ganas de toros. La pandemia no le ha hecho abandonarse. Más bien lo contrario. Sentados en los dos extremos del sofá comenzamos el repaso a veintitantos años de miedos, triunfos, ilusiones, desilusiones e hitos en la historia del toreo. Dice reconocerse orgulloso de lo conseguido. Y se niega a cerrar aún su historia.

–¿Recuerda cómo y cuándo le comunicaron que iba a tomar la alternativa?

–¡Claro! En principio, sabes que mi alternativa iba a ser en Salamanca en el 2000 y no pudo ser por varios percances. Después, en ese invierno hubo varias opciones. En principio, se habló de Valencia pero las negociaciones no llegaron a buen puerto. Entonces, me dieron la opción de San Sebastián. Y me pareció muy bonito. El Encuentro Mundial de Novilleros de aquella plaza me relanzó, iba a ser el primer novillero en doctorarse en Illumbe, el cartel también era precioso con dos figuras, una plaza de primera, principio de temporada...

–Todo tan bonito como complicado y arriesgado...

–Eso es verdad. Las circunstancias hicieron que estuviera recuperándome de una lesión que me dio más guerra de lo esperado. Ese invierno no fue intenso respecto a tentaderos porque llovió mucho. No sé si llegué con la preparación suficiente para afrontar ese reto.

–Y confirma en Madrid mes y medio después...

–Ahora, con el tiempo, lo veo y me da vértigo. Sé que fue un error. Pasar de novillero a matador ya es un paso grande, hay que asimilarlo y tener el rodaje para no marrar. Y si tienes compromisos tan cruciales nada más tomar la alternativa es un arma de doble filo.

–¿Qué fue lo más duro cuando, de repente, se vio en el gran circuito junto a las figuras?

–Estaba desubicado. O no sé si esa es la palabra. Afrontar retos tan importantes al lado de grandiosas figuras y tú sin el bagaje para estar a un máximo nivel fue muy duro, había que tirar de recursos para sobrevivir.

–¿Cuáles fueron sus armas?

–Las que había utilizado de novillero... Entonces me vino bien: arrimarme mucho y pasármelos más cerca que nadie; me dio mucho el toreo de cercanías, que era lo que más dominaba. Cuando llegó mi primera época de matador en la que no tenía el oficio para ver o leer las características de cada toro e intentar hacer la misma faena a todos, cortando mucho las distancias, no me sirvió. Lo que me había servido de novillero ahora se convirtió en un defecto.

–E incluso le criticaban...

–Sí y duramente. Ahora con muchos años de alternativa, veo que cada toro tiene su planteamiento, sus distancias, su lidia... No puedes llevar una faena hecha del hotel, tienes que ir con la mente despejada y con la ambición de triunfar. Y, cuando salga el toro, saber ver sus condiciones y la lidia correcta. En aquel momento no lo hacía así, me enfadaba porque me criticaban pero ahora reconozco que tenían razón.

–Y llega el parón y desparece de las ferias... ¿cómo sobrevive?

–Con afición, con ganas de demostrar que no había dicho mi última palabra, entrenando cada día como si tuviera una temporada hecha, estaba en contacto directo con la profesión a diario. Fueron años en los que me tocó navegar sin contratos pero nunca me quede parado. Toreaba alguna corrida en pueblos, mataba corridas muy grandes, difíciles, en las que adquirí un oficio que me sirvió mucho.

–¿Qué personas son claves en esos momentos de olvido?

–Después de todo el proceso largo, doy con Tiburcio Lucero y con él empecé a encontrar el camino que me iba a conducir a las ferias. El planteamiento que hicimos, y con la ilusión de ambos, desembocó en buen puerto.

–¿Cuándo se da cuenta de que esa situación cambia sin que el gran público aún lo supiera?

–Cuando veo que me vale un gran número de toros, que sé que si sale uno bueno lo voy a cuajar, que si sale uno malo le podía buscar las vueltas. Los toreros sabemos mejor que nadie cómo estamos. A todo eso me ayudaba que los profesionales en cada sitio que me veían, el boca a boca tan famoso de este mundo, iba funcionando. Cuando me apoderó Tiburcio empecé a matar corridas duras, al principio en los pueblos, en los que iba dando pasos hacia adelante, pero necesitábamos el empujón de una plaza importante.

–Esa plaza es Zaragoza...

–Eso es. Y con una historia bonita detrás. Ignacio Zorita era empresario de Zaragoza, Tiburcio le pidió el favor personal de que me tenía que poner, y accedió. Cuando llegaron los carteles a la Diputación, le dijeron que qué pintaba Castaño en Zaragoza, él contestó que podían quitar a cualquiera menos a Castaño. Salí como uno de los nombres propios de la feria. Fue una corrida que, sin cortar orejas, cambió el rumbo de mi trayectoria. El concepto que había visto en mí años atrás el aficionado, cambió. Aquello me dio un gran impulso.

–Y, a partir de ahí, llegan las ferias, con las corridas duras de las que ya no sale. ¿Cómo se asimila ese cambio?

–Estaba en el momento. Sí es cierto que si me hubieran puesto en mis primeros años con esas divisas no hubiera aguantado, pero en ese momento sí. Estaba cuajado, atravesaba un momento excelente y no me importaba matarlas, aunque sé que desgastan, sé que profesional y artísticamente no te dejan crecer como otras, pero no me importaba. De hecho, creo que tiene mérito navegar con esas corridas, mantener una regularidad y sobrevivir. Para mí fue una decisión acertada.

–En ese momento de esplendor, ¿llegó algún momento en el que se sintió un torero importante?

–Sí, y reconocido. Alcanzar esas cotas no está al alcance de cualquiera. En ese momento me sentía un torero importante. A la hora de elaborar las ferias en mi circuito era un torero no imprescindible pero sí se contaba conmigo sino el primero, de los primeros.

–Y eso, ¿en qué se siente?

–En la respuesta de los empresarios, en el momento de poder negociar honorarios, que te llaman porque te quiere contratar.

–¿Cómo se resiste, tras estar en las ferias, cuando llegan de nuevo las vacas flacas como ahora?

–Si pensara que ya no iba a volver a las ferias, ya no estaría en los toros. Creo que aún me queda un grado de madurez que aportar y una vuelta de tuerca que creo que me devolverá a las ferias. Esa es mi motivación ahora y lo que me lleva cada día a intentar mejorar.

–¿Cómo ve el futuro del toreo?

–Hay veces que me cabreo. Me molestan los ataques que sufrimos de políticos y falsos animalistas, pero me cabrea más que los taurinos no salgamos en defensa. Hemos tenido un momento clave para estar unidos y ni aún así lo hemos conseguido. Sé que el toreo es un arte que tiene que perdurar, pero para eso todos tenemos que remar en la misma dirección.

–¿Y por qué el torero ha dejado de ser un héroe en la sociedad?

–No se en qué momento eso ha cambiado, pero es verdad. Recuerdo mis inicios, nadie jamás me dijo nada en contra de los toros. Podías encontrar a quien no le gustara y no fuera, pero no estaba en contra. El torero era un ídolo social, estaba dentro de la sociedad, a las figuras las conocía todo el mundo, no solo la afición. Ahora hay figuras que la sociedad no sabe quién son. Ha cambiado para mal.

–¿Volverá a recuperar el toreo ese sitio fuera del ruedo?

–Me gustaría que sí, pero a corto plazo lo veo complicado.

–¿De qué se siente orgulloso?

–De muchas cosas, de iniciarme sin tener ni idea lo que era este mundo y quedar prendado. A partir de ahí lograr una carrera en la que conseguido torear en ocho o nueve países distintos, en casi todas las ferias, ser respetado por profesionales y aficionados y todo va sumando y hace que los momentos malos queden a un lado.

–Ahora, con el paso del tiempo, ¿no esperaba que después de un hito como el de Sevilla aquello hubiera tenido más repercusión?

–Lo que hice, echando la vista atrás, lo hice por una necesidad. Lo necesitaba, necesité del toreo, de ese contrato de Sevilla, de esa corrida de toros de Miura. Fue una locura, bendita locura, lo que sí te puedo decir es que me pilló una época, una enfermedad (se entrecorta y aparece un silencio en el que le cuesta pronunciar esa palabra), un tratamiento muy duro, y el toreo me rescató. Ser capaz en 19 días plantarte en un patio de cuadrillas, en una plaza como Sevilla, que es de las bonitas, exigentes y, a la vez, más especiales en mi carrera. Aquella tarde me dio la vida. ¿El toreo podía habérmelo reconocido de otra manera? Puede ser. Pero no me lamento ni nada de eso.

–¿Dicen que una de las claves de los toreros es saber decir “hasta aquí he llegado”, ¿le da miedo ese momento?

–Eso asusta a cualquier torero. Cuando has vivido tan intensamente tu profesión no es fácil escoger el momento de cerrar el libro de tu historia. Eso sí que hay que madurarlo, tener los pies en el suelo y saber cuál es el momento. No me planteo aún la retirada.

–¿Cuándo ve ese vestido (en referencia al de la alternativa que nos acompaña en la charla) qué siente o qué ve?

–Muchísimos recuerdos. Los vestidos aunque los veas ahí tienen mucha vida. Todos te hacen remontar a una tarde, a un momento. A una etapa. He llegado a relacionar vestidos con etapas de mi carrera. Algunos les he dado carpetazo porque la etapa que he convivido con ellos no me gustó y otros los guardo con muchísimo cariño, porque han sido pasajes exitosos y, al final, han palpado todo lo que llevaba el torero dentro, la ilusión, el miedo, la incertidumbre.

–Si mira para atrás, ¿qué ve?

–Una carrera labrada con mucho esfuerzo, en la que ha habido de todo. De la que me siento orgulloso de haber mantenido una constancia, no haberme venido abajo ante la dificultad, y conseguir cotas impensables. Si retrocedo en el tiempo y me pongo en la finca de Aldeavieja en 1995, cuando fui al primer tentadero de mi mida con la Escuela, he conseguido cosas que entonces creía impensables.

–Y cuando pasen cuarenta años y camine por la calle con un bastón, y salga el nombre de Javier Castaño, ¿cómo le gustaría que le recordaran?

–Como un torero honrado, poderoso, que nunca se dejó nada atrás, constante. Como un torero que se sacrificó por su profesión.

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