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Excelente derechazo de Raquel Martín a Bravo, el sobrero cuarto que se lidió ayer en La Glorieta. ALMEIDA
Dos bravos y ninguno lo fue

Dos bravos y ninguno lo fue

Raquel Martín firma destellos de buen toreo en su histórico debut en La Glorieta como primera mujer que actuaba en el más que centenario coso, en una tarde en la que le arrebató el protagonismo Jesús de la Calzada, que cortó una oreja a cada astado de la mansa novillada de Antonio Palla y salió a hombros

Javier Lorenzo

Salamanca

Viernes, 13 de septiembre 2024

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LA FICHA

  • Unos 2.800 espectadores. Tarde soleada, fría y ventosa.

  • GANADERÍA 6 novillos de Antonio Palla, de irreprochable presencia. Noble y manso el 1º, sin celo el apagado 2º; deslucido el 3º; manso y huidizo el noble sobrero 4º; noblón y sin decir nada el 5º; y noble el 6º. Todo el encierro, menos el último tuvo un indisimulable fondo de mansedumbre

  • TOREROS

  • RAQUEL MARTÍN Marfil y oro Estocada que hace guardia y estocada (ovación con saludos); dos pinchazos y estocada (aviso y vuelta al ruedo tras petición de oreja).

  • JESÚS DE LA CALZADA Celeste y oro Estocada (oreja) y estocada (oreja).

  • JAVIER ZULUETA Celeste y oro Media y dos descabellos (saludos); y estocada (vuelta al ruedo).

La irreprochable, seria, cuajada y preciosa novillada de Palla trajo dos utreros de nombre Bravo, el quinto y el sobrero, que también salió al ruedo, y ninguno lo fue. Ni estos ni los cuatro restantes. El encierro no rompió aunque la terna tampoco le ayudó. El toque fuerte para fijar, la muleta en la cara siempre para sujetar las embestidas y no dejarlas marchar pareció la receta precisa. De hacerlo así, no se sabe lo que hubieran durado. No mucho...

Eso fue lo que le ocurrió a Botellero, el primero, con el que Raquel Martín estuvo firme siempre, sin importarle nunca el molesto viento que tanto incomodó ni las coladas que le propinó el torete al no encontrar mando. La joven de Santa Marta transmitió la fragilidad de su poco bagaje y a la vez una firmeza de valor en un extraño contrasentido. Cuajó una fantástica tanda de naturales en el ecuador del trasteo cuando acertó la fórmula que se le intuía: embeber con el engaño y tirar con soltura sin dejarle pensar. Ni antes acertó a aplicarla ni después lo consintió ya el novillo, apalancado en chiqueros. Ese paso también le costó encontrarlo con el cuarto, con indómitas embestidas en todos y cada uno de sus últimos veinte minutos de vida. Esas acometidas, alocadas siempre, por la falta de mando de todos los que se pusieron delante escondía un fondo de bondad en todo lo que hacía, sin ningún aprieto. Pedía muleta en la cara y que no dejarle pensar. Anticiparse siempre y provocar cada viaje. Esta vez hasta las postrimerías no se lanzó Raquel, igual de asentada, aunque todo lo que hizo le costó transmitirlo y pecó de frialdad. Hasta que se desató en esa tanda a derechas ligada y pegada a tablas que coronó con un desplante a cuerpo limpio. El final por ayudados tuvo cadencia. La espada le privó del trofeo.

Esa fue la que le abrió la generosa puerta grande que saboreó Jesús de la Calzada. Por eso, por dos certeras estocadas que animaron al tendido que no había entrado en ninguna faena. A las dos se fue a la puerta de chiqueros a saludar a sus oponentes de rodillas. Al quinto le firmó el pasaje más caro, no solo por ese alarde de valor, sino por el fantástico saludo de capote, de verónicas de manos bajas y comprometido ajuste en efervescente, meritorio y caro trance que interrumpió con las chicuelinas cuando aquello iba camino del prodigio. El de San Martín del Castañar fue todo entrega y buena voluntad, le faltó comprometerse más y cruzar la línea en las faenas en las que siempre citó la hilo del pitón, aunque poco pudo hacer con dos astados apagados. El segundo bajó la persiana cuando cortó las distancias tras una primera buena serie y el quinto ni quiso pelea ni tuvo recorrido.

No valió nada el tercero, pero Zulueta enlotó un sexto que fue el de mejor condición y más nobles y pastueñas embestidas. Pero ni se comprometió, ni lo vio claro. Pasó como una sombra en una tarde en la que salieron dos novillos Bravos, de nombre, porque en el juego ninguno lo fue. Más bien todo lo contrario.

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