Damián Castaño exprime el miedo de un miura
El salmantino solo pudo poner firmeza y valor con un Embajador que fue el único artero de una desfondada y vacía corrida del hierro de Zahariche, con la que Colombo salió a hombros por dos estocadas tras dos faenas inexistentes
LA FICHA
-
Pamplona. Lunes, 14 de julio. Lleno en los tendidos en el 10º y último festejo de la Feria del Toro. Tarde soleada.
-
GANADERÍA 6 toros de Miura, noble pero sin apenas transmisión el 1º; complicado y a la defensiva el 2º; deslucido y a menos el 3º; se agotó pronto el 4º, que apenas duró nada; noble pero apagado y sin fortaleza el 5º; y deslucido el 6º.
-
DIESTROS
-
MANUEL ESCRIBANO Lila y oro Estocada trasera (ovación tras aviso); y pinchazo y media estocada tendida y trasera sirvió para tirar al toro sin puntilla (ovación tras aviso).
-
DAMIÁN CASTAÑO Blanco y plata Media estocada habilidosa en lo alto que tira sin puntilla (ovación); y pinchazo hondos y dos descabellos (ovación con saludos).
-
JESÚS E. COLOMBO Tabaco y oro Estocada baja (oreja); y estocada (oreja). Salió a hombros.
La corrida de Miura apenas tuvo tres medios toros que quizá no llegaran ni a eso: el primero no tuvo transmisión y el cuarto apenas duró tres tandas, que fueron las que tardó Escribano en echarse la muleta a la izquierda, pero el toro ya se puso remiso y se desmoronó de repente. Un suspiro.
Ni siquiera eso le llegó a Damián Castaño, que tuvo un Miura quinto en son de paz, noblote pero flojo de remos, tras despachar al más arduo de todos: el gigantón Embajador, que no representó nada bueno. Aquel segundo de función fue imponente, alto de manos, huesudo, largo… y no tuvo buenas intenciones. Se apalancó siempre, metió la cara entre las manos y jamás quiso batalla. Fue un toro artero, denso, peliagudo, remiso y reservón, que se guardó todo, que viajó siempre con el freno de mano puesto. Que tuvo aviesas embestidas, que no quiso caminar y que buscó siempre lo que se escondía detrás de la muleta.
Y ahí estuvo Damián Castaño, que le plantó cara con firmeza y buen asiento. Midió, probó y exigió en cada embestida. El de Zahariche no regaló ni un centímetro. El salmantino lo aguantó con arrestos en unas acometidas siempre a la defensiva. Apretó un huevo contra otro en tan comprometido trance. Parado y aplomado el toro, las embestidas se fueron convirtiendo en tarascadas en un animal que limitó cada vez más sus viajes. Al final del trasteo lo intentó por la zurda, donde la exigencia y la convicción del diestro fueron menores, y el toro probó aún más. Le quitó las penas de media certera.
Todo lo arisco que tuvo ese Embajador lo tuvo de bondadoso Chinelo, el quinto, al que Damián saludó con tres largas cambiadas de rodillas en el tercio. El de Miura presentó un formidable frontal: casi un metro de pitón a pitón y 575 kilos de peso, el de menor romana del envío. También fue el más pastueño de todos y el menos exigente. Pedía mimo y pulso, buen trato y dulzura, más que poder e imponerse, para no quebrantar unas acometidas que se derrumbaban casi solo con mirarlas.
Nadie le echó cuentas por todo ese lastre que ya mostró derrumbándose tras salir del primer encuentro con el caballo de Javier Martín, que señaló las dos veces en lo alto. Castaño trató de alargarle las embestidas sin lograr la conexión necesaria con el público. Demasiada velocidad a veces, violencia otras. Hasta que cogió la muleta con la izquierda. Y ahí lo saboreó más. Pero le faltó suavidad y ajuste. Le ofreció el pecho por delante en cites frontales para el toreo al natural donde, de uno en uno, se gustó con un toro de poco compromiso. Citó siempre en la media distancia para tratar de aprovechar las inercias.
Todo ello antes de tirarse ya por la tremenda en las postrimerías, con las dos rodillas en tierra, en adornos, pases de pecho en cadena y desplantes a cuerpo limpio, abriéndose la chaquetilla en busca del calor de las peñas. Pero no. El pinchazo hondo y el descabello enfriaron todo lo que no había pasado antes de templado. Nulas opciones.
No las tuvo Castaño, ni tampoco Escribano. Y menos aún Colombo que, sin embargo, se encontró con un jugoso botín de dos orejas, una en cada toro, por dos faenas inexistentes. Una estocada baja, otra en el hoyo de las agujas, ambas contundentes, fue lo único que sirvió para puntuar y saborear una puerta grande sonrojante, que lo hubiera sido más aún si el palco otorga la segunda oreja que le pidieron del sexto, cuando ya arrastraban a ese Luminario de una miurada apagada, decepcionante: en presentación —la menos ofensiva y aparatosa de los últimos años— y en juego, que no por hacer ni siquiera alentó al miedo de una tarde anodina, densa y pesada a la vez.