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Excelente natural de Alejandro Marcos en La Glorieta ALMEIDA
Crónica | Última de la Feria de Salamanca: Contra el frío, torería

Crónica | Última de la Feria de Salamanca: Contra el frío, torería

Alejandro Marcos confirma las buenas sensaciones tras el triunfo del 12 en su vuelta a La Glorieta y corta una oreja, El Juli corta otra y sin rastro de Guillermo Hermoso de Mendoza

Miércoles, 22 de septiembre 2021, 11:25

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Untoro bravo y un torero en sazón. Y entre ellos una tarde plomiza, densa y fría, en la que se coló un incómodo viento que puso a todos los contra las cuerdas. Molestos en el ruedo y congelados en el tendido. Todos con el alma helada. Y con la tarde vencida y la Feria casi con el telón bajado apareció en escena un Gracioso que no era de chiste fácil. Todo lo contrario. De entrada fue el de más cuajo, seriedad y entidad del terciado envío de Garcigrande. Muy poca presencia. Este Gracioso subió el nivel, encima sacó carácter. Le costó fijarse de salida, en sus sueltas y abantas primeras carreras. Le costó fijarlo a Alejandro Marcos, que le tanteó rodilla en tierra y le soltó una garbosa chicuelina antes de meterse a fondo con un espléndido saludo capotero. De manos bajas, vuelo firme y puro. Asentada la planta y aplastados los talones, no rectificó ni un ápice. Fue ganándole pasos en cada lance. La media verónica tuvo autoridad, mando, belleza, ajuste y verdad. Resultó como una liberación. El fin del éxtasis. Y se quedó clavado en la arena como terminando de saborear lo que había durado un suspiro. Se volvió el toro y casi se encontró a Alejandro Marcos de frente, que no se inmutó. Ese segundo casi fue eterno.

Resultó preciosa la arrancada de Gracioso al caballo de Alberto Sandoval, por la prontitud y alegría con la que se lanzó, casi con los pechos por delante. Una belleza. Se le fue la puya al buen varilaguero, rectificó y el toro se quedó empujando fijo bajo el peto. Ahí se empleó demasiado y mucho tiempo. Intentó el de La Fuente de nuevo el toreo a la verónica en el quite, pero le tropezó demasiado. Y fue Joselito Rus quien rompió el hielo, quien hizo brotar las palmas tras dos soberbios pares de banderillas.

En todos los tercios el toro había ido ya poniendo las cartas sobre la mesa. Y descifrando sus claves y virtudes. Lo pedía todo por abajo. Exigencia y mando. Y lidia en los medios para librar la batalla. El viento, molesto toda la tarde, lo iba a poner todo mucho más difícil. Para dominar los engaños y para imponerse a la brava condición del Garcigrande. Tuvieron torería los molinetes que intercaló en el inicio, le pusieron gracia al asunto. Hubo más torería que exigencia, más gusto que poder. Y ahí quedaba la duda si era el inicio más adecuado. La belleza de algunos pasajes pudo con todo. Eolo impidió salirse a los medios, Alejandro Marcos atravesó las rayas y se quedó en el tercio para plantarle cara y allí apostó por él. Le citó en la media distancia con la muleta por delante y giró los talones con gracia y compás. Embarcó primero y llevó la embestida dejándole siempre la muleta muerta en la cara al final del muletazo. Así cosió los viajes y así los alargó. El toro se quería comer el engaño, agradecía la exigencia y se entregaba por abajo, planeando en cada viaje. Era un torrente y, al mismo tiempo, el reto era lidiar y dominar al viento. Las tres series fueron creciendo en intensidad. Había vuelto a brotar la torería de la gran revelación de la Feria. Una comunión perfecta. Estuvo acertado en darle tiempos y distancias entre cada tanda, para administrar todo. No logró mantener ese interés ni intensidad con la izquierda y ahí se atascó la obra. Marcos acortó espacios, se metió en los terrenos del toro y en la cercanía volvió a desprender elegancia y sabor. Los tres ayudados por bajo finales fueron tres carteles, como los adornos, como los remates de la series que le precedieron. Cuadró al toro en la suerte natural, viajó con contundencia al embroque, se tiró recto como una vela y recetó una gran estocada. Como si le fuera la vida en ese viaje. Le iba. El toro salió muerto de aquel envite con el estoque en lo alto enterrado hasta las cintas. La plaza se cubrió de pañuelos. La mayoría le pidió el doble trofeo con fuerza. El presidente le otorgó solo una. Era lo justo. El premio correcto. Una oreja de las que valen y tienen su peso.

La tarde hasta entonces solo había tenido un pasaje relevante, que firmó El Juli con el quinto. Un torete de insignificante presencia. Rasposito se llamaba. Le faltaba cuerpo y entidad, pero sacó carácter. En el saludo capotero, cuando El Juli largaba verónicas, de una inesperada colada, se le venció por el pitón derecho y le arrancó el chaleco y le hizo un jirón en la taleguilla de una horrible tarascada. Se libró de casualidad. En la segunda tanda con la derecha volvió a repetirlo. Y ahí ya empezó una vibrante refriega entre ambos. Engallado, mirón, avispado, orientado, incierto siempre, el diestro lo pasaportó con autoridad. El Juli se impuso con valor, ciencia y mando. Ordenó parar la música porque no era ni toro ni faena de alegrías. Era de esfuerzo, de brega. De poder. Trató de taparle mucho la cara para no dejarle pensar e imponerse. Para demostrar quién mandaba allí. Y así lo llevó embebido en todo momento, tratando de alargar los viajes hasta donde el toro no quería. La poca presencia del animal le quitaba la importancia que, sin embargo, la tuvo por el carácter indómito del animal. Fue fea la manera de entrar a matar, pero enterró el acero y cuando lo finiquitó de un certero descabello, El Juli respiró hondo. Examen bien librado.

Alejandro Marcos brilló con el capote el tercero y en el sabroso inicio de muleta por abajo. Se apagó pronto en la muleta y acabó en nada. Eso le pasó al raquítico segundo que embistió con entidad por el derecho pero se afligió y bajó la persiana cuando El Juli cortó las distancias. Se esfumó todo. No venía cuento la petición y el palco miró para otro lado para darle valor a los trofeos que llegarían luego. En ningún apuro le puso Guillermo Hermoso, que pasó como un fantasma por La Glorieta. Sin hacerse notar ante dos deliciosos toros del maestro Capea que fueron para gozar. No dio un ruido. La tarde iba a quedarse en casa, los olés más sinceros se los llevó Alejandro Marcos, que se ratificó como la nueva debilidad de la tierra.

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