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3ª y última de abono. Tres cuartos de entrada. Unos 1.800 espectadores.
GANADERÍA 6 toros de Vellosino, de desigual presencia. Noble el 1º; bravo el 2º, Pesado, nº 64, negro, de 470 kilos, nacido en mayo de 2020, premiado con la vuelta al ruedo. Noble pero apagado el 3º, manejable el 4º; de excelente calidad en noble y excelso 5º, Guasón, nº60, negro chorreado, de 510 kilos y nacido en abril de 2020, premiado con la vuelta; y el 6º, cinqueño, de gran bondad.
DIESTROS
FINITO DE CÓRDOBA. Caña y azabache Seis pinchazos y doce descabellos (bronca); y tres pinchazos y tres descabellos (pitos).
EMILIO DE JUSTO. Azul marino y oro Media estocada (dos orejas); y pinchazo y estocada (dos orejas).
BORJA JIMÉNEZ. Azul añil y oro Estocada (oreja); y estocada tendida (dos orejas y rabo).
A Pesado y a Guasón le dieron la vuelta al ruedo en el arrastre. A Emilio de Justo cuatro orejas y a Borja Jiménez, tres y un rabo. No hubo nada exagerado. Lo de Vellosino fue un torrente de bravura unas veces y de una superlativa nobleza enclasada otra. La intensidad la puso Pesado, el segundo, que tuvo ese picante que no tuvo el resto. Y una virtud con la que marcó las diferencias. No permitió ni un alivio, ni un error, ni tampoco un descuido; en cuanto más exigencia, más mando y más poder tuvo la muleta de De Justo, más entrega mostró el Vellosino, con un fondo interminable que es con el que se dispara la nota en el examen de la lidia. No mostró su fin. Se entregó sin reservas y resultó una delicia verle embestir con ese ímpetu. Por la alegría, la verdad con la que lo hacía, por la manera de entregarse y la forma de perseguir las telas hasta más allá del infinito. Guasón, el quinto —que redondeó un lote de fábula de Emilio de Justo— tuvo unas virtudes diferentes.
Una nobleza más acompasada, transmitía bondad en cada arrancada que siempre fueron francas y claras. A este no había que poderle, si no acariciarlo. Y ahí se entregaba como ninguno, planeaba en las embestidas, volcaba la cara, buscaba los vuelos del engaño con el morro y viajaba como pisando entre las nubes. No tuvo ese «punch» que había que limar sino esa dulzura que invitaba a paladear. Y otra diferencia, al final de la faena comenzó a levantar la bandera blanca, para entonces ya había dado mucho y bueno como para pedirle más. El escaparate de Vellosino no se quedó ahí. Tuvo un toro de imponente porte, corpachón, con una altura enorme, el lomo tapaba la figura entera de Borja Jiménez. Estrechas las sienes y justa la cara, pero Palmerillo imponía por todo. Todo bondad: sostenida, bonachona, fácil. Lo difícil era dominar y manejar tanto volumen; pero como tenía la virtud de perseguir el vuelo de la muleta hasta el final, la clave más precisa era tratar de alargar ese viaje todo lo que diera el bravo. Esa mole parecía dificil que se enroscara en la enjuta figura de Borja Jiménez, y doblaba tanto cuello que lo hacía sin forzar. Fue otra versión distinta. Hubo otro astado más de distinguida importancia, que fue el zapatito primero —la corrida que fue una escalera, fue subiendo a medida que avanzaban los capítulos, perfectamente ordenados—, que parecía de juguete y derrochó bondad y buena intención.
Emilio de Justo le plantó cara con gallardía y arrojo al bravo impetuoso segundo, que se partió el pitón en un burladero. Firmó una importante y briosa refriega con ese Pesado que no regaló nada pero que se entregó a lo grande. Y a lo grande lo toreó el de Torrejoncillo, cuajándolo por ambas manos, con mayor profundidad con la derecha.En todas las series brillaron los pases de pecho, rematados al hombro contrario, que pusieron en efervescencia la faena. Con el quinto bajó la intensidad y firmó el toreo como si lo deletreara pase a pase. A este Guasón le hizo un quite formidable por arrebatadas chicuelinas de manos muy bajas. El epílogo del platillo al tercio por ayudados resultó exquisito.
Tito Sandoval cogió en todo lo alto en breve y certero puyazo que tomó con entrega. A esa faena le faltó la intensidad que no tuvo el toro, pero Borja Jiménez le puso la pasión para amarrar el trofeo. Y se desató a lo grande con Palmerillo, el sexto. El toro imponente, que manejó a las mil maravillas. Tras derribar el caballo de Alberto Sandoval el toro se hizo amo y en una de sus intempestivas acometidas, Jiménez le soltó el capote y, cuando se quso dar cuenta, no hacía más que girar el toro en torno al torero en un improvisado, valiente, alegre y fantástico quite por chicuelinas con el que puso la plaza en ebullición. ed ahí no bajó. Luego lo cuajó con arrebato. Con inteligencia, porque supo darle los tiempos, la larga distancia para aprovechar las inercias;muletazos largos para dominarlo, el temple para acompasarlo todo y el son para poder al toro sin que este se sintiera dominado. Le bajó la mano con autoridad y Borja se sintió dueño de una situación en la que puso la plaza a sus pies. Le pidieron el rabo con clamor y lo paseó como un héroe. Como despidieron antes a Emilio de Justo. ¿Y Finito? Finito no estuvo. Y lo pasó mal... Un trago amargo en una fiesta de toros bravos y el triunfo de toreros de tres o cuatro generaciones posteriores a la suya.
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