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Sonidos comunes como el de un grifo abierto, las pisadas de un perro o el tráfico en las calles retumban en su cabeza amplificados hasta límites dolorosos. Podría parecer un 'superpoder', pero «no tiene nada de bueno».
Begoña Martín es una de las salmantinas que padecen acúfenos e hiperacusia. Dos patologías que la obligaron a dejar su trabajo como profesora y centrar todos sus esfuerzos en aprender a vivir en un mundo de sonidos.
«La hiperacusia es una sensibilidad auditiva a los sonidos ambientales que te produce dolor, angustia y miedo. Por su parte, los acúfenos son sonidos que uno escucha, pero que no proceden de fuera y que pueden ser producidos por el oído o por el cerebro».
Su historia arranca en una noche de desvelo de hace 15 años: «Estaba en la cama y me empezó a doler el oído. Luego comencé a escuchar sonidos extraños y me costaba mucho dormir», recuerda.
Aquel problema coincidió con un dolor cervical que le obligó a pasar por el quirófano. «Cuando me sometí a una resonancia magnética para las cervicales, que es una prueba que genera mucho ruido, no entendía nada. Salí llorando de aquella prueba. Recuerdo también estar en el hospital y empezar a notar el tintineo que producen los fluorescentes del techo. Me resultaba un sonido muy desagradable y no resistía en la habitación».
La primera estrategia de Begoña fue la de intentar 'aislarse' del ruido con unos cascos de ruido ambiental de los que no se separaba. «Sientes la necesidad de que el ruido no te dañe el oído y yo tenía la creencia de que los cascos me protegían, pero no era así. Lo único que estaba haciendo era quitar trabajo a mis oídos. Mi audiometrista me dijo que era mejor trabajar los oídos para llegar a aceptar el dolor».
La salmantina inició entonces un camino diferente basado en la aceptación y el control de las emociones.
«Fue clave descubrir un poco el origen del problema. Durante una temporada tuve un exceso de mucosidad y cera que causaba inflamaciones. Conseguimos disminuir esas inflamaciones, me quité el azúcar, trabajamos la ansiedad y el estrés que me originaban los sonidos y empecé a aceptarlo, que es lo mismo que hago ahora con otras personas en situaciones parecidas y que me piden consejo porque la sensibilidad auditiva es algo que se necesita conocer un poco más a nivel de sanidad», opina.
Begoña ha escrito un libro –'Sonidos de amor'- y cuenta con miles de seguidores en redes sociales a los que intenta ayudar desde su experiencia.
Una de las preguntas más recurrentes que recibe es si este problema se puede operar. «Al principio me hablaron de operar los oídos, pero el médico que me llevaba el problema de las cervicales me lo desaconsejó porque las intervenciones de oído pueden salir regular».
También recibió tratamiento farmacológico como relajantes musculares «y hasta medicación que se aplica en la fibromialgia», pero se muestra convencida de que la mejor estrategia fue la de «comprender el sonido». «Antes, para mí el sonido era solo ruido. Ahora entiendo que son ondas que pueden transmitir emociones. Un mismo sonido puede alegrar a una persona y angustiar a otra».
Para Begoña, un sonido como el de los pájaros, retumba con fuerza en su cabeza pero le produce un efecto relajante. En cambio, el ambiente de una cafetería le resulta atronado: «La gente hablando, los platos, los cubiertos…», confiesa.
La idea de acudir a un concierto también le parece una quimera. «Puedo ir a un recital de música suave, pero un concierto o un espectáculo deportivo con gritos no es posible. Estoy mejor, pero me sigo cuidando. Al principio era muy resiliente y trataba de seguir saliendo a los mismos sitios, pero me molestaba horrores. Ha sido un camino largo, pero he aprendido a convivir con la sensibilidad ambiental».
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