El viejo barrio de la Ribera
Curtidores, lavanderas y pescadores habitaron históricamente el barrio de Santiago, protagonista bajo la Catedral en un siglo de fotografías del perfil de la ciudad. Su demolición hace casi 50 años abrió la Ronda entre Puentes
Fue una barriada popular, edificada en torno a una antiquísima iglesia, cuyos habitantes vivían en buena medida de uno de los primeros focos industriales que tuvo Salamanca. Sus edificios protagonizaron durante un siglo el clásico perfil de la ciudad en las fotografías tomadas desde la margen izquierda, al igual que en su día inspiraron a pintores como González Ubierna y Abraido del Rey. Pero el declive económico de las empresas de curtidos al oeste del Puente Romano arrastró al abandono al barrio de Santiago, situado al este. Y en la década de los años 70 del pasado siglo XX, las máquinas de demolición se llevaron por delante siglos de historia de la ribera del Tormes.

La iglesia de Santiago fue siempre la referencia a la entrada a Salamanca de los peregrinos por el Puente Romano. Construida en el siglo XII y originariamente de estilo románico-mudéjar, formó parte del antiguo barrio mozárabe y, con el paso del tiempo, llegaría a concentrar una notable actividad en un bullicioso entorno de la ciudad extramuros. Cerca estuvieron las desaparecidas iglesias de San Gervasio, San Gil, Santa Cruz y San Lorenzo; el primer anatómico de Medicina, en el teso de San Nicolás, y el mercado de porcino que hoy se recuerda en el nombre de la plaza del Mercado Viejo.

Nunca destacó el barrio por la calidad de sus construcciones. Pescadores, lavanderas y curtidores habitaban viviendas modestas, hechas con todo tipo de materiales: desde la piedra franca y el ladrillo, hasta el adobe, la madera y el aluvión. Algunas alcanzaron unas inestables cuatro alturas. La propia iglesia de Santiago tuvo que ser cerrada al culto a mediados del siglo XIX, debido a su grave estado de deterioro. Aquellos viejos edificios tuvieron que lidiar con las habituales crecidas del Tormes hasta la puesta en marcha de la presa de Santa Teresa, en 1960.

Si los apretados edificios de viviendas se apiñaban desde la Puerta del Río y la muralla hasta la mismísima ribera, el Puente Romano marcaba el inicio, siempre en la margen derecha, de las fábricas de curtidos: las tenerías. Una ocupación tradicional, que llegó a ser floreciente a mediados del siglo XVIII y que, a mediados del XIX, se embarcó en la modernización de los procesos industriales con la figura destacada del industrial Miguel de Lis Pérez, cuya destreza financiera y peso administrativo lo llevaron a convertirse, como escribió Conrad Kent, en el «dueño paternalista del barrio de Santiago».
En las últimas décadas del siglo XIX, el barrio lucía como figurante discreto en el centro de todas las fotografías que plasman la belleza del perfil de Salamanca vista desde la margen izquierda, justo debajo de la Catedral. Siguiendo los trabajos pioneros de Clifford y Laurent, las fotos de Hauser y Menet, Poujade, Wunderlich, Gombau y tantos otros darían testimonio de la incipiente industrialización del barrio, con la instalación de la nueva fábrica de harinas El Sur, adquirida por Anselmo Pérez Moneo; la de curtidos de Melchor González y, después, de su hijo Juan; y, finalmente, la fábrica de electricidad de la Unión Salmantina, en el edificio que hoy es el Museo de Historia de la Automoción.
Desarrollo e insalubridad
Cambiaba la fisonomía de la ribera, de la que surgían ya varias chimeneas, símbolo de la incipiente industrialización. Pero también, bajo las fábricas del barrio de Santiago, vertía al Tormes la cloaca general de la ciudad, a pocos metros del lugar donde las lavanderas ejercían su trabajo. El bullicio de la actividad del barrio convivía con unas deficientes condiciones de salubridad que ya nunca se solucionarían por completo, agravadas por los olores de las fábricas donde se curtía y trabajaba el cuero.

Avanzaba el siglo XX y el barrio ribereño vio renovarse alguna de sus viviendas a la entrada misma del Puente Romano. El proyecto del nuevo puente de hierro obligaría al derribo de algunas casas para abrir una conexión entre ambos márgenes. El hierro también presidía ya la nueva casa de estilo modernista erigida sobre el barrio de Santiago por Miguel de Lis. Las postales servían de reclamo turístico, lo mismo que los viajeros extranjeros, que daban testimonio del «misticismo» de aquella ciudad de provincias. El tráfico que cruzaba desde el sur sobre las piedras romanas llegaba a la ciudad por la plaza del Puente, verdadero nudo de comunicaciones del barrio de Santiago. Según recuerda César Hernández en el blog de historia local Salamanca en el ayer, la carretera estatal de Villacastín a Vigo transcurría por el antiguo paseo del Espolón, luego Cuesta de los Locos, hacia el actual paseo de Canalejas.

Avanzaba el siglo y, con él, la industrialización. La economía de las fábricas y los hogares de la ribera de Salamanca ya latía al son de los vaivenes de la economía internacional. Las empresas de curtidos acusaron en los años 20 la crisis de la exportación de suelas de zapato a Estados Unidos, según recuerda Kent. Sin embargo, poco después, la Guerra Civil dispararía la actividad productiva: la ruptura con los proveedores catalanes llevó a Franco a mirar a Salamanca para el suministro de pieles para botas, guantes, pistoleras y otros artículos del ejército. Fueron tiempos de prosperidad para la familia Llorente, que había adquirido la empresa de Melchor y Juan González, y también para la fábrica de curtidos de Félix Herrera, en el edificio que pasaría, tras su cierre, a manos de los Escolapios y que hoy acoge la Casa Escuela Santiago Uno.

La época dorada de las tenerías de la ribera se prolongó unos años más con la demanda alemana, pero tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el declive del sector fue ya lento e imparable. El goteo de cierres de empresas acompañó a la pérdida de población del barrio de Santiago, cuyos inquilinos optaron por huir de los malos olores y la insalubridad, mudándose a los nuevos barrios populares como Vidal, San Bernardo, San José o La Vega. La antigua iglesia de Santiago fue objeto de una polémica restauración que, según muchas voces, cambió en exceso su aspecto. En sus últimos años, los veteranos que recuerdan el barrio mencionan las fiestas que allí se celebraban y los locales de ensayo donde los músicos salmantinos se jugaban la vida ante el temor de un derrumbamiento.
En la primavera de 1976 caían en pocos días las históricas tenerías del paseo de San Gregorio, bajo la Peña Celestina. Tras la construcción de la vía que bajaba de los hospitales al puente Sánchez Fabrés, se vislumbraba el futuro paseo fluvial a lo largo de toda la ribera. Por entonces, ya estaba en marcha el procedimiento administrativo para acabar con las viejas casas del barrio. La demolición comenzó el 17 de febrero de 1978. Cayeron en total 31 viviendas y locales, y con ellas, calles como Pradillo, Huertas de la Vega, Torrente y la plaza de Calatrava, como antes habían desaparecido las calles de la Celestina, la del Judío Uguero o la de las Airosas. Solo se salvaron las casas de la ribera adosadas a la muralla, muchas de las cuales aún permanecen.
El periodista Enrique de Sena evocaba en sus textos para el libro Salamanca en las fotografías de Venancio Gombau que no hubo apenas protestas. Pero, en su opinión, una restauración de ese viejo barrio habría sido «un oportuno aporte estético al entorno del puente romano» y habría sido mejor mantener de algún modo «un sector salmantino histórico, muy ligado a la vieja y tradicional ciudad y no olvidado por escritores y poetas». Días después, el alcalde Pablo Beltrán de Heredia suscribía ese lamento por la desaparición del barrio, impulsado por el proyecto de red arterial realizado por Obras Públicas. «Entiendo que la parte de 'Las Tenerías' no era digna de seguir en pie», declaraba a La Gaceta. «Sin embargo, esa parte de Santiago ha sido realmente lamentable que se haya derribado. Pero no se ha podido hacer nada por evitarlo», añadía.
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