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No se asentaron en el Oeste americano ni perseguían el sueño de hacerse ricos alentados por la fiebre del oro. Los colonos españoles del siglo XX buscaban huir de la miseria y labrarse un nuevo futuro convocados por la iniciativa del régimen franquista. Pero aquí no había épica, indios acechando tras las montañas ni una industria del cine que quisiera narrar la lucha cotidiana por sobrevivir de los colonos españoles. En la actualidad, 15 poblados salmantinos creados en el último siglo en las vegas de los ríos Tormes y Águeda desde los despachos de la Administración son testigos de aventuras vitales que nacieron de la ilusión pero que no siempre acabaron bien.
Tras la creación el año anterior el Servicio Nacional de Reforma Económico Social de la Tierra, nada más finalizada la Guerra Civil, en octubre de 1939 se ponía en marcha el Instituto Nacional de Colonización. El objetivo del nuevo régimen de Franco era planear el acomodamiento en nuevos poblados de quienes se quedaban sin hogar y sin tierras al ser invadidas por los nuevos embalses y, simultáneamente , complementar con estos traslados el proceso colonizador ya iniciado en los años 20 en los territorios más despoblados.
De acuerdo con este ambicioso plan, entre 1945 y 1967 el INC erigió en Salamanca 15 nuevos poblados apoyándose en los planes de Zonas Regables para corregir la situación del campo y frenar su despoblamiento. La provincia salmantina ya era entonces la más afectada por este desarraigo humano entre las de su entorno. En todo el país, el Instituto Nacional de Colonización levantó en ese periodo trescientos pueblos para acoger a 55.000 familias en 27 provincias diferentes.
En Salamanca, el Instituto se lanzó a comprar y expropiar fincas en las zonas aledañas a las cuencas del Águeda, primero y del curso medio del Tormes, después, y las preparó para cultivo principalmente de regadío. Serían el destino de los nuevos colonos y asiento para las nuevas poblaciones. Como anunció el ministro de Agricultura Rafael Cavestany con ocasión de la primera entrega de llaves en Águeda, «la provincia de Salamanca debe marcarse un programa que comprende 70.000 hectáreas susceptibles de ser transformadas en regadío».
Según reflejaban los documentos publicados con motivo de la conmemoración del 25 aniversario del Instituto Nacional de Colonización, los nuevos pueblos se levantaban en una primera fase con viviendas de dos plantas para los colonos y sus dependencias agrícolas, «en igual número al de parcelas o lotes del instituto que se hallen incluidas en su radio de influencia, que no excede de 2,5 a 3 km. «, Las poblaciones contemplaban también viviendas para los obreros agrícolas que se emplearían con carácter fijo en las explotaciones, y edificios dotacionales como el centro cívico constituido por el Ayuntamiento, consultorio médico, las escuelas, un centro cooperativo y la iglesia, cuyo campanario debía ser suficientemente elevado para ser visible desde las tierras de labor.
El mismo informe refería que en ese momento el instituto tenía construidas en la provincia de Salamanca 474 viviendas para colonos, de las 440 se levantaban en 9 nuevos pueblos y otras 34 en dos agrupaciones urbanas. Asimismo, estaba en marcha la construcción de 4 nuevos pueblos con 216 viviendas.
Las viviendas que se encontraron los colonos eran de nueva construcción, con una superficie media de 95 metros cuadrados. A ellos se añadían entre 450 y 600 metros cuadrados más de corrales.
Tras las aprobaciones administrativas y las obras de construcción, 56 familias de la nueva población de Águeda del Caudillo, vecina a Ciudad Rodrigo, se convirtieron el 9 de mayo de 1954 en los primeros beneficiarios salmantinos del proyecto del Instituto Nacional de Colonización. Recibieron las llaves de sus casas nada menos que del propio general Francisco Franco, que visitó el lugar como colofón de su productiva visita de tres días a la provincia de Salamanca.
Cada uno de los colonos accedía según el contrato a una casa con corral y cabañales y a una parcela de cerca de cuatro hectáreas de regadío, todo a cambio de 123.000 pesetas. Según el acuerdo, los colonos quedaba exentos de pago los primeros veinte años, y solo desde entonces debían abonar al Instituto Nacional de Colonización una cuota anual fijada entre 1.200 y 1.400 pesetas, dependiendo del tamaño de la parcela, hasta cubrir el total de importe.
Además de la casa y el terreno, cada colono de Águeda recibió una pareja de vacas para las labores del campo. «Las vacas se pagaban al Instituto de Colonización entregando las dos primeras crías hembras que parieran, y ya con eso las vayas eran tuyas». Así lo recordaba hace 20 años en declaraciones a LA GACETA Lisardo González, uno de los primeros colonos del pueblo. «Nos entregaron los aperos de labranza -añadía- y cada año nos proporcionaban la simiente de patata, maíz, trigo, alfalfa o lo que sembráramos. Y aparte, el pueblo disponía gratis de un toro para cubrir las vacas».
«Al principio, cuando llegamos, todos desconfiábamos un poco porque pensabamos que todo esto, las casas y los terrenos, nunca serían nuestros». Jacinto Vicente, otro de los colonos que inauguraron este poblado, pedanía del municipio de Pelabravo, evocaba así 50 años después, en 2017, su llegada a Nuevo Naharros. Aquí, en una zona conocida como El Tomillar de Naharros del Río, se contruyeron 53 viviendas. Poco antes se habían levantado enlas cercanias otros poblados de colonización como Nuevo Francos y Nuevo Amatos.
Su cercanía al casco urbano de Santa Marta y a la propia capital ha convertido este lugar en una población en claro crecimiento, después de haber duplicado su población en los últimos 20 años hasta los casi 800 vecinos actuales, en su mayoría descendientes de aquellas primeras familias. Pero cuando se inauguró Nuevo Naharros, en 1957, solo cinco vecinos eran del lugar. El resto de los primeros pobladores llegaron de otros pueblos cercanos como Villoria, Calvarrasa de Abajo, Machacón, Babilafuente o Armenteros. «El nuestro era el peor terreno de todos», recordaba Jacinto Vicente. «Las tierras que labrábamos nos las dieron llenas de grama y medio perdidas. Así que cuando se hizo el sorteo de las parcelas, no se cubrieron todas y llegaron solo 45 familias, la mayoría de Pelabravo».
A diferencia de lo que una década antes pregonaba la propaganda del régimen, la realidad que vivieron los colonos salmantinos fue otra bien distinta. «Eran casas que no tenían lujos ni comodidades.Las calles que estrenamos estaban hechas de tierra apisonada. Además no teníamos agua y la mayoría hicimos un pozo después», contaba el pionero Jacinto Vicente. «Pero salimos todos adelante».
Si la puesta en marcha del embalse del Águeda trajo consigo la construcción de poblados de colonización como Águeda (apellidada «del Caudillo» hasta 2017), Arrabal de San Sebastián, Ivanrey, Sanjuanejo y Conejera, en la segunda mitad de la década de los 50 fue el turno de la ribera del Tormes gracias al pantano de riego de la Maya, antes de su denominación de pantano de Santa Teresa con la instalación de generación hidroeléctrica. Así, y al igual que Nuevo Naharros, nacieron el mismo año 1957 poblaciones como Santa Teresa, con 132 viviendas, y Santa Inés, con 70.
En 1971, el Instituto Nacional de Colonización dejaría paso al Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA). Más de medio siglo después, todos estos nuevos pueblos han alcanzado el siglo XXI con un vecindario más o menos poblado. Unos arraigaron más que otros, pero de sus habitantes conservan de sus antepasados la memoria de unos tiempos duros e inciertos, en los que como habitantes de unos pueblos sin historia, tuvieron que esforzarse para escribirla con el sudor de sus frentes.
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