«Trabajar para vivir está bien, pero vivir para trabajar es patético»
Pablo Gil Garmón es uno de los trabajadores de Salamanca que tiene un contrato cerilla: están dado de alta en la Seguridad Social, pero su aportación no le garantiza la jubilación
M. B.
Salamanca
Miércoles, 13 de agosto 2025, 06:00
En los últimos años, cada vez es más común que las empresas de hostelería, espectáculos o eventos recurran a contratos de unas horas o pocos días para cubrir picos de trabajo. Pablo Gil Garmón conoce bien esta realidad, pues lleva años encadenando este tipo de empleos como camarero, montador de escenarios o incluso en labores forestales y de teatro.
«La inestabilidad laboral ha sido continua, y te agarras a lo que sale», explica. Reconoce que, en ocasiones, este modelo se elige para disponer de más tiempo para la vida personal, pero en la mayoría de los casos «es obligado». «Trabajar para vivir está bien, pero vivir para trabajar es patético y absurdo. Busco ganar tiempo, pero a la vez trabajar», añade.
El sistema, según relata, responde a necesidades muy concretas de las empresas. Suele ser un tipo de contratación que se concentra en momentos puntuales: festividades, puentes o temporadas de alta demanda.
A menudo, es su reputación la que le asegura el empleo. «Me contactan porque ya me conocen, saben cómo trabajo». Los contratos suelen ser de un día, un fin de semana o tres o cuatro días. Aunque en su caso afirma sentirse valorado, reconoce que no todos tienen la misma suerte: «Hay gente que se ve infravalorada y que los empresarios solo quieren salir del paso». Pero también añade que «hay gente que se ve forzada, llega, hace su labor y se la quita de encima. Eso sí, el empresario que te conoce y que te necesita suele ser agradecido y ve si lo haces de un modo comprometido o no, pero también hay mucho empresario que contrata de aquella manera para salvar la temporada sin importarle las condiciones».
Respecto a las condiciones laborales, aunque no ha sido lo habitual, a veces se ha encontrado con prácticas abusivas: «Te dicen que se va a tratar de una cosa y luego es otra; las horas varían; hay empresarios que te contratan dos o tres días para cubrir la temporada y luego contratan a otros. Es una trampa que les sale rentable».
En su experiencia, las condiciones no siempre se corresponden con el esfuerzo. «Te llaman para una cosa y acaba siendo otra, las horas las cambian, les importa tres coj...», se corta. «Hay mucha jugarreta; a veces las horas se alargan y el sueldo se reduce respecto a lo que habías acordado».
En cuanto a posibles mejoras en estos contratos, Pablo cree que la clave está en dejar claro antes del trabajo el tiempo y el salario: «Hay que concretar horas, remuneración y tareas por adelantado. Y luego asegurarte de que se van a cumplir. Pero por ley es complicado, es más una cuestión de palabra, de trato personal». Si no se cumple, denunciar por unas horas de trabajo es un proceso largo y muchas veces no te lleva a nada. «El problema es que, si no cumplen lo pactado, es una odisea». Él mismo tiene un caso abierto en Palencia por un festival en el que asegura que no cumplieron con las condiciones pactadas. «Hace tiempo realicé un trabajo en un festival donde el empresario incumplió lo pactado, y ahí sigue, sin resolverse».
En cuanto a la cotización, confirma que estos contratos están dados de alta en la Seguridad Social, pero considera insuficiente su aportación a largo plazo: «Una cifra razonable es una locura. Varía mucho y es tan ridículo que no puedes pensar en una estabilidad real».
Pese a todo, Pablo sigue adaptándose a esta realidad cambiante que no le garantiza que mañana vaya a tener unos ingresos mínimos: «Es un juego de supervivencia. Hago trabajos de hostelería, teatro, jardinería o forestales. Diversificas, haces lo que surge y, si no hay otra opción, te adaptas, aunque no sea lo ideal. Es una mezcla de elección y obligación, pero lo que sí quiero es tiempo para mí y para mis proyectos, no me queda otra». Su próxima parada laboral es la albañilería.